La pregunta es tan abierta y subjetiva como lo es su respuesta y el contenido de esta variará en función de lo que una persona entienda por problema de salud mental. Como seres humanos nos comportamos en base a nuestra historia de aprendizaje, y es por esto que entre nosotros existe una gran diversidad de conductas. Si ciertos comportamientos recogidos en esa gran variedad de actuaciones se desvían de lo que la sociedad ha establecido como normal, pueden ser nombrados dentro de una etiqueta diagnóstica.
A raíz de esto, en muchas ocasiones se clasifica a la persona dentro de un cuadro clínico y se llega a aceptar que la totalidad de su conducta responde a dicha etiqueta diagnóstica y no a su historia de aprendizaje. Por lo tanto, se esté más o menos de acuerdo con dichas clasificaciones, lo que sí está claro es que la realidad de un problema de salud mental responde al estigma, cuya conceptualización ayuda a entender la pregunta inicial, ya que los problemas de salud mental siempre llevan asociados dificultades relacionales además de una alteración en la perspectiva sobre el futuro de nuevos vínculos.
El estigma no es un rasgo que se encuentre en el interior de un individuo, sino que se trata de una asignación o etiqueta que otros, dentro de una jerarquía de poder, imponen a una persona o grupo (Hebl y Dovidio, 2005). Recientemente, también se ha definido como un proceso sociocultural que etiqueta a los miembros de un grupo como vergonzosos o indeseables (Michaels, López, Rüsch y Corrigan, 2012).
La estigmatización implica, para la persona que lo sufre, la vivencia de ciertas complicaciones o limitaciones generales bastante extremas en las diferentes áreas de su vida como la familiar, social, laboral y educativa, desde un rechazo social o evitación y trato diferencial e injusto hasta comportamientos de sobreprotección o control excesivo (Corrigan, 2000; Corrigan, Kerr y Knudsen, 2005).
A nivel relacional, el rechazo social que sufren las personas estigmatizadas por su salud mental tiene consecuencias muy notorias a la vez que negativas, ya que fomentan su discriminación y afectan a su mejora. Esto se debe a que, en muchas ocasiones, por el temor a la asignación de la etiqueta de enfermo mental, por parte de la sociedad en general y de su círculo social en particular, el individuo no acude a los servicios profesionales necesarios para abordar el problema (Aretio Romero, Antonia 2009).
Además, es importante ser consciente de la forma con la que se evita o se trata a una persona con un problema de salud mental ya que el estigma social, nombrado anteriormente, aumenta el riesgo de la aparición del autoestigma o estigma internalizado, el cual se entiende como la interiorización, aceptación y creencia de dichas asignaciones por parte de la persona estigmatizada, haciendo que ésta justifique el total de su comportamiento en base a la etiqueta diagnóstica (Livingston et al., 2010).
Teniendo todo esto en cuenta, el hecho de plantear resolver la cuestión inicial responde al propio estigma, así pues, la pregunta correcta podría ser ¿mantendría una relación (del tipo que sea) con alguien que se comporta de “x” manera? Es decir, que lo que nos limite a establecer un vínculo con una persona no sean los criterios de un cuadro clínico además de nuestros propios prejuicios, sino las conductas que esta realiza y que por diferentes razones sean incompatibles y desajustadas a lo que buscamos en una relación, puesto que la persona con un problema de salud mental no es meramente un producto de una determinada etiqueta.
Finalmente, para resolver la duda de si afecta o no, sería necesario conocer la realidad de cada individuo, ya que en base a su contexto se produce su adaptación, así como cambiar el miedo por el conocimiento y aceptar que pertenecemos a una sociedad donde no se nos ha educado para convivir con la existencia de problemas de salud mental, dejando caer sobre las personas estigmatizadas la mayor parte de la responsabilidad de su adaptación al entorno.
Referencias bibliográficas
Corrigan, P. W. (2000). Mental health stigma as social attribution: implications for research methods and attitude change. American Psychological Association, 12, 48-67.
Corrigan, P. W., Kerr, A. y Knudsen, L. (2005). The stigma of mental illness: explanatory models and methods for change. Applied and Preventive Psychology, 11, 179- 190.
Hebl, M. R., y Dovidio, J. F. (2005). Promoting the “social” in the examination of social stigmas. Personality and Social Psychology Review, 9(2), 156-182.
Livingston, J. D., y Boyd, J. E. (2010). Correlates and consequences of internalized stigma for people living with mental illness: a systematic review and meta-analysis. Social Science y Medicine, 71(12), 2150-2161.
Michaels, P. J., López, M., Rüsch, N. y Corrigan, P. W. (2012). Construct and concepts comprising the stigma of mental illness. Psychology, Society y Education, 4(2), 183-194.
Romero, A. A. (2010). Una mirada social al estigma de la enfermedad mental. Cuadernos de trabajo social, 23, 289-300.