La conducta suicida es un problema sociosanitario que cada vez adquiere mayor relevancia, ya que constituye una de las principales causas de muerte no naturales a todas las edades.
A pesar de ello y del bombardeo de noticias sobre su incremento en población joven, si has intentado buscar en internet qué es o por qué alguien llegaría a hacerlo, es posible que tus dudas no se hayan resuelto, por dos razones. La primera es que estas preguntas se responden con tres definiciones:
- “La ideación suicida son pensamientos cuyos contenidos están relacionados con terminar con la propia vida o planificar cómo hacerlo”.
- “Los intentos de suicidio son tentativas por terminar con la propia vida sin final de muerte”.
- “El suicidio es un acto violento y deliberado hacia uno mismo, con resultado de muerte”.
Aunque todas ellas son correctas, también son obvias, vagas y poco operativizadas, entonces, ¿por qué es importante establecer esta diferencia? Porque hace referencia a una particularidad del comportamiento humano y es que a veces, una conducta, como la conducta suicida, puede manifestarse de diferentes formas, sin embargo, todas ellas tienen la misma función, en este caso, el escape o la evitación, por eso hablaremos de conducta suicida sin diferenciar si solo lo piensa (conducta encubierta) o si lo intenta (conducta manifiesta).
La segunda razón, es que estas definiciones van acompañadas de una larga lista de factores que influyen en el riesgo de suicidio y que tampoco nos responden a la pregunta. Entre ellos, tener problemas psicológicos (depresión, ansiedad, psicosis…), consumir alcohol o sustancias, duelo, aislamiento social, problemas económicos, intentos de suicidio previos, situaciones de abuso o de violencia, enfermedad física, desempleo… Lo que no sabes es que todos ellos tienen un papel fundamental, ya que es un fenómeno multicausal, esto significa que no existe una única razón, causa o factor que por sí mismo explique la conducta suicida, sino la suma de varios de ellos que, además, son diferentes en cada persona.
Estos factores pueden actuar en algunas personas como situación estresante generadora de malestar, esto es, como detonante y, en otras, como variable disposicional, es decir, como facilitador de la aparición de la conducta suicida. ¡OJO! Detonan o facilitan su aparición, pero no la causan directamente.
Veamos un par de ejemplos para entenderlo mejor:
- Teresa está casada desde hace 14 años, pero su marido quiere divorciarse. La economía familiar se ha visto afectada ya que lleva en paro 1 año. Desde que la despidieron se siente muy nerviosa y culpable, y no deja de pensar que nunca va a conseguir trabajo, que es una inútil y que seguramente su entorno piensa que no trabaja porque no quiere. Se encuentra muy sola, ya que sus amigos eran compañeros del trabajo y dejó de quedar con ellos. Además, ya no va al gimnasio y apenas sale de casa. Con el divorcio el malestar ha aumentado, pensando que puede ponerle fin a todo suicidándose. En este caso, el detonante sería el divorcio, y los facilitadores el desempleo, los problemas económicos, el aislamiento social y la pérdida de actividades placenteras.
- Luis tiene 55 años, lleva 20 años trabajando de contable para la misma empresa y acaban de despedirle. Está divorciado desde hace 3 años y tiene 2 hijas con las que no tiene relación. Además, sus padres fallecieron el año pasado y no tiene hermanos. Durante su divorcio la sensación de impotencia y frustración fue tan grande que intentó suicidarse. Aunque económicamente puede mantenerse y tiene buenos amigos, han vuelto a aparecer sensaciones de frustración y pensamientos de ineficacia, teniendo de nuevo la idea de quitarse la vida y así poder dejar de sufrir. En este caso, el detonante sería el desempleo, y los facilitadores serían el divorcio, la edad, la historia de aprendizaje de intentos previos de suicidio, las pérdidas recientes y la ausencia de apoyo familiar.
Aclarado esto, podemos decir que la conducta suicida es resultado de la suma de uno o varios sucesos estresantes que provocan malestar, junto con un conglomerado de variables (psicológicas, sociales, culturales…) específicas de cada persona, y el deseo de resolver o escapar de la situación, acompañado de la percepción de que está opción no es posible.
Vamos a ver esta definición por partes.
A lo largo de la vida nos encontramos con situaciones que pueden demandarnos mucho más de lo que somos capaces de afrontar en ese momento, como una ruptura de pareja o un despido y sería esperable que, ante cualquiera de ellas, se sienta tristeza, frustración, ansiedad, vergüenza o culpa. Probablemente hayas vivido alguna de estas situaciones y tampoco fue para tanto, pero… ¡no vivimos aislados del mundo, nuestro contexto importa! Y, además, ¡somos personas diferentes, con habilidades y aprendizajes diferentes!
A este suceso estresante le acompañan variables disposicionales, tanto de la propia persona (como pueden ser sus experiencias previas con la situación, la edad en la que le sucede o la falta de habilidades de afrontamiento), como del contexto que le rodea (la pérdida de amistades, relaciones familiares conflictivas, problemas laborales, dificultades para gestionar la incertidumbre, las exceptivas que tiene sobre el éxito y el fracaso, los valores…).
Todas ellas, por un lado, dificultan la resolución de la situación y, por el otro, facilitan que aparezcan comportamientos poco útiles para gestionarla, como pensar en bucle lo inútil que soy, la carga que soy para todo el mundo, lo culpable que me siento o lo imposible que me resulta resolver esta situación, en un intento por dar con la fórmula mágica que ponga fin a la sensación de que, ahora mismo, todo me desborda. Pensar así alivia temporalmente el malestar, pero a largo plazo solo lo incrementa y lo que es peor, ¡no cambia nada! Pero ya estamos dentro del círculo vicioso, me siento angustiado y pienso que tengo que terminar con esto, que no puedo seguir así, que me he quedado sin opciones… y mi angustia crece…
Y es aquí donde llegamos al punto clave, si no hay alternativas para solucionar esto, ¿qué me queda? Escapar de la situación, quitarme del medio, suicidarme. Parece una opción tan válida como otra cualquiera porque, aparentemente, terminará con la situación y con el sufrimiento y, solo pensarlo alivia. Pero está opción tiene trampa, y es que, en el mejor de los casos solo mantiene el malestar y el problema y, en el peor, es una “solución” definitiva a un problema temporal.
Quizá, lo que no te has preguntado es ¿qué no es la conducta suicida?
En ese intento por dar con la razón que lo justifica todo, se han aceptado explicaciones absolutistas y completamente erróneas. Una de ellas es que solo un trastornado sería capaz de hacerlo, pero la conducta suicida no es un trastorno mental y estas personas no están locas, ni necesariamente presentan una enfermedad. Hemos aceptado como válido el bulo de que la depresión y el suicidio tienen una relación bidireccional y no es así, aunque muchas personas que presentan conductas suicidas tienen depresión, no todas las personas con depresión manifiestan conductas suicidas.
No es genética, hablamos de una conducta y como tal, se aprende. La buena noticia es que todo lo que se aprende, se puede reaprender de otra manera alternativa que sí solucione aquello que pretendo.
Además, no es la consecuencia de tener problemas graves. Hemos visto que es producto de un conjunto de particularidades en cada individuo y, en ocasiones, uno o varios eventos cotidianos valorados como irresolubles, son suficiente para que surja.
No es sinónimo de querer morir, ni de cobardía, ten presente que solo es sinónimo de sufrimiento y solo significa que, a esta persona, en este momento concreto, le faltan estrategias alternativas de solución y afrontamiento, bien porque las desconoce, bien porque no es capaz de emplearlas, aunque estén en su repertorio. No olvides que se mueven entre morirse si la situación y el malestar continúan, o seguir vivos si cambia y pudieran sentirse bien.
Tampoco es una forma de llamar la atención, ni de manipularnos o chantajearnos. Pensamos que si quisieran hacerlo de verdad no lo dirían, lo harían y ya, así que algo quieren. Esta percepción no solo es una mentira como una casa, es muy imprudente, ya que 9 de cada 10 personas que se suicidan lo habían comunicado previamente a familiares o amigos.
Y desde luego, no aparece si hablas de suicidio con esa persona, todo lo contrario, el simple de hecho de poder expresar con libertad su malestar supone un alivio, le proporciona apoyo, descarga emocional, comprensión y, saber que te tiene cerca para contarte sus pensamientos más oscuros, le da una razón para vivir.
Sabiendo esto, ¿qué personas puede tener conductas suicidas?
Cualquiera si se da el conjunto de eventos necesarios que se han explicado previamente, porque no entiende de edad, sexo, estado de salud, nivel educativo, poder adquisitivo o nacionalidad.
¿Qué puedo hacer si alguien de mi entorno quiere suicidarse?
Tu apoyo será imprescindible para logar un cambio, especialmente para mejorar su estado de ánimo y reducir el riesgo. Esto pasa por no juzgarle, ni enfadarte o reprocharle sus pensamientos o acciones. No tomártelo a lo personal, está atravesando un momento difícil y, de verdad, nadie elige sentirse tan atrapado que solo ve como remedio desaparecer. Hablar abiertamente sobre su conducta suicida reducirá su malestar y sensación de soledad. Acompáñale y ayúdale a mantenerse activo, a participar de planes sociales o hacer actividades deportivas. Anímale a buscar ayuda profesional, es una situación delicada y no tienes por qué saber resolverla por ciencia infusa.
Y si soy yo quien tiene conductas suicidas, ¿qué puedo hacer?
Es importante no aislarse, estar acompañado de familiares, amigos o pareja, el contacto con nuestros allegados supone una fuente de reforzamiento que mejora el estado de ánimo y amortigua el riesgo. Hablar de ello minimiza la enorme carga que llevas en silencio, recuerda que no te leen la mente, si no lo expresas, no podrán apoyarte. El alcohol y las drogas no van mejorar la situación, aunque a corto plazo parece aliviarla, no es más que otro escape que estará manteniendo el problema. Si el malestar aumenta, siempre puedes llamar por teléfono a servicios especializados como emergencias (112), el teléfono de la esperanza (717 003 717) o la línea de atención a la conducta suicida (024). Y, por supuesto, buscar ayuda profesional lo antes posible va a ser fundamental para superar esta situación y, aunque dar este paso puede resultar difícil, te permitirá aprender nuevas estrategias alternativas para solventar la situación de una forma más adecuada.