La crianza de un/a hijo/a es una época llena de descubrimientos y desafíos, donde emergen dudas ante las decisiones que se van tomando. Desde los primeros pasos, hasta las complejas decisiones en adolescentes, establecer límites claros y normas coherentes es crucial para cultivar el crecimiento saludable de los niños y niñas.
En este artículo, se expondrán los puntos más importantes detrás de los límites y las normas en la crianza, desentrañando su importancia y ofreciendo consejos prácticos para los padres y madres.
Qué son las normas y límites
En primer lugar, hay que definir bien a que nos referimos cuando hablamos de “normas” y “límites”. Podríamos describirlos como instrucciones que indican aquellos comportamientos que van a tener una consecuencia “positiva”, y, por el contrario, aquellos que tendrán una consecuencia “negativa”.
Se podrían comparar a los carriles y señales que nos encontramos en una autopista para poder tener una conducción segura y buena comunicación con los demás conductores.
Como las señales de tráfico, las normas y límites deberían ser claros, bien señalados y generales, para que el conductor no tenga duda del comportamiento adecuado.
Por qué son imprescindibles
Durante las etapas de vida entre la infancia y la adolescencia, se establecen los primeros aprendizajes. Esos primeros pasos en la vida de un ser humano son muy relevantes a la hora de determinar la personalidad, capacidades y cualidades del ser adulto en el que se va a convertir.
Uno de esos aprendizajes, son los límites y normas, necesarios para poder desenvolvernos en todas las áreas vitales: personal, social, familiar, de ocio y escolar…
Además, son fundamentales para desarrollar una adecuada gestión emocional, sobre todo para aprender a tolerar la frustración. En la infancia, sirven tanto para desarrollar seguridad sobre las acciones día a día, como para saber afrontar pequeños problemas como no poder tener el juguete que quieres o la comida que te apetece en cada momento. Durante la adolescencia, será crucial para poder desenvolverse en grupos sociales y poder afrontar un suspenso en un examen. En la vida adulta, este aprendizaje será la referencia para lidiar con normas sociales y frustraciones de diferentes tipos, como no poder conseguir el puesto de trabajo que quieres o saber regular unos hábitos saludables en el día a día.
Cómo utilizarlos
Para que el aprendizaje de estas instrucciones sea adecuado y exitoso, hay una serie de características a tener en cuenta a la hora de aplicarlas.
Selección de la norma o límite:
Para saber por dónde empezar a instaurar normas, es muy importante tener en cuenta la “línea base” desde la que comenzamos a trabajar. Es decir, no empezaremos a instaurar normas en un niño o niña que responde muy bien ante las instrucciones igual que con uno que no tolera las normas en ningún ámbito. En el segundo caso incorporaremos normas más gradualmente que en el primero.
Además, en el caso de querer que realice determinados comportamientos, nos fijaremos sobre todo si ese comportamiento lo conoce porque ya lo ha hecho otras veces, y de no ser así, tendremos que dividirlo en partes más pequeñas para que se vayan asentando las aproximaciones hacia el objetivo deseado.
Por ejemplo, si queremos que recoja el dormitorio y nunca antes lo ha hecho, escogeremos uno o algunos de los comportamientos de lo que consideramos “recoger el dormitorio” para comenzar.
Al principio, es muy importante escoger ciertas conductas que sabemos que va a poder realizar casi sin problema, para asegurar que asocie ciertas acciones a “recompensas” o consecuencias positivas. Si escogemos objetivos demasiado ambiciosos, aparecerá la frustración o la negativa del niño o niña.
Operativización
En psicología, cuando hablamos de un comportamiento operativizado, nos referimos a una definición objetiva y detallada de este. En este caso, lo que queremos especificar es la norma o límite, por lo que deberemos tener claros todos los aspectos antes de transmitírsela al niño o niña. Por ejemplo, si queremos dar la instrucción de recoger el cuarto, deberemos pensar al detalle cómo queremos que se de ese comportamiento. Recoger el cuarto se podría especificar como: recoger el cuarto antes de cenar (antes de las 21:00), en el que no habrá ropa ni zapatos por la habitación, los libros se habrán guardado en la mochila y la cama estará hecha.
De esta manera, nos aseguramos de dar una orden clara, con puntos objetivos a completar, y en un momento específico del día (en el que se podrá revisar si se ha cumplido la orden).
Especificación de consecuencias
A la hora de explicar la norma, es importante hacer referencia a las consecuencias que le van a seguir. Por ejemplo, a la norma anterior podemos añadir: en caso de que se cumpla se podrá elegir una chocolatina o 10 minutos para leer un cuento juntos.
Es importante que estas consecuencias se den en el momento que se da el cumplimiento de la norma, y no más tarde.
Además, será más útil cuando esa “recompensa” no se pueda obtener en otros momentos del día.
Congruencia
En muchos casos, nos encontramos con familias donde hay diferencias de opiniones en cuanto a la crianza de un hijo o una hija. El punto de vista de cada adulto alrededor del desarrollo de un niño o niña puede discernir, pero a la hora de transmitir la información debe haber un consenso entre las partes, y una congruencia y constancia a la hora de aplicar la norma.
Continuando con el ejemplo anterior, si hemos pedido que recoja el cuarto, hemos explicado los puntos específicos para considerar que el cuarto está recogido, y hemos explicado unas consecuencias a ese comportamiento, debemos seguir todo lo establecido con riguroso orden y cumplimiento. Por ejemplo, tenemos que evitar que se nos pase por alto revisar si se ha cumplido la norma y recompensarla, o que una de las partes considere que sí está bien de esa manera de “recoger” y el otro no, por lo que no habría consistencia en la norma.
En el caso de que haya otros niños o niñas conviviendo en el hogar, no deberemos hacer distinciones ni comparaciones, sino que aplicaremos las mismas normas y consecuencias a cada uno.
En el momento de aplicarla
En primer lugar, explicaremos al niño o niña el comportamiento que queremos que realice, en algunos casos esta parte consistirá en la explicación verbal y en otros será la realización junto a ellos de esa conducta, actuando como modelos.
En segundo lugar, estableceremos un momento fijo del día en el que queremos que esa conducta se realice, y dejaremos clara cuál es la “señal”. Por ejemplo, podemos utilizar una palabra clave acordada con ellos, una alarma o algún tipo de recordatorio.
Después, escribiremos o dibujaremos juntos las normas o límites que hemos hablado. De este modo podremos remitirnos a ello cada vez que el niño o niña tenga dudas o preguntas.
Según se vaya avanzando en los objetivos establecidos podemos ir añadiendo nuevos.
No solo debemos enseñar a respetar las normas en contextos aburridos o que no les gusten tanto, como las tareas domésticas, la rutina o el colegio, también podemos utilizar las normas durante el juego para hacer el niño o niña las asocie a algo positivo, y de esta manera, su aprendizaje sea más fácil y llevadero.
Desvanecimiento y autonomía
Por último, ya solo queda mantener las normas y límites establecidos a lo largo del tiempo. Para ello, nos iremos desprendiendo poco a poco de todas las ayudas que hemos dado al principio, como explicaciones o recompensas. Con el tiempo, la “señal” que va a indicar la norma o límite tiene que desprenderse del “control paterno” para que los niños y niñas vayan desarrollando la independencia. Por ejemplo, la utilización de señales externas a nosotros, como alarmas, carteles, agendas, recordatorios o tablas de organización harán que el comportamiento que hemos enseñado se siga manteniendo