Dicen que la belleza depende de los ojos de quien la mira (y es que los refranes de nuestras abuelas no suelen estar demasiado equivocados).
La belleza podría describirse como la cualidad de una persona, animal o material, capaz de provocar sensación de placer en quien los observa (y esta mirada dependerá en gran medida de la historia de aprendizaje del observador).
Pero… ¿es la belleza lo mismo que los cánones de belleza?
Los cánones de belleza son definidos como el conjunto de características de una persona que la sociedad considera como bello o atractivo. Pero estas características difieren entre culturas y varían en el tiempo.
Del mismo modo que cualquier moda o costumbre, los estándares de belleza femenina han cambiado de manera constante a lo largo de la historia: desde la prehistoria, donde las mujeres de cuerpos grandes y anchas caderas eran veneradas por estar asociadas a la fertilidad y salud, pasando por la Antigua Grecia donde los estándares de belleza perseguían una perfecta simetría y armonía, los corsés y piel pálida de la era Victoriana, hasta el culto por la tez morena y extrema delgadez desde las pasarelas de la década de los 90.
¿Qué quiere decir esto? Pues que todos los cuerpos han sido considerados en algún momento como un ideal de belleza. Y es que los estándares de belleza son un producto cultural (más o menos fugaz) que cambian cuando dejan de estar en concordancia con las costumbres sociales y valores del momento.
El aspecto físico considerado como atractivo viene señalado por el contexto sociocultural.
En la cultura occidental nadie parece escandalizarse cuando expresamos un constante deseo por adelgazar y ponernos a dieta.
El contexto tiene mucho que decir sobre la manera en que valoramos nuestro aspecto y cómo nos comportamos al respecto. Y la presión por alcanzar unos ideales estéticos utópicos cobra especial relevancia entre las mujeres (cada vez más jóvenes). Las mujeres hemos aprendido desde muy pequeñas a dar prioridad a nuestro aspecto físico. Nos machacan desde que venimos al mundo con la necesidad de ser guapas y delgadas.
Nos enseñan a establecer una fuerte asociación entre la delgadez, figura esbelta y el éxito. Se hace hincapié en una excesiva preocupación por el control de la alimentación y del peso. Se promueve un rechazo irracional a engordar. Los cuerpos pequeños y feminidad se imponen como norma. De esta manera, muchas mujeres condicionan su bienestar y felicidad a la consecución de esa figura corporal “perfecta” a cualquier precio.
Para la mayoría de nosotras es difícil ver nuestro reflejo en el espejo sin autosabotearnos: “doy asco” “no puedo ponerme esa ropa con lo gorda que estoy” “no debería haberme comido ese helado” “¿quién va a quererme con estos michelines?” y un sinfín de “lindeces”. Hemos aprendido a ser especialmente críticas con nosotras mismas para dirigir nuestro comportamiento a cumplir con lo que se espera de nosotras (y castigarnos si no lo conseguimos).
Además, los medios de comunicación (redes sociales, televisión, revistas…) juegan un papel fundamental en el establecimiento y normalización de estos dichosos ideales de belleza.
En las redes sociales, las influencers nos bombardean incesantemente con imágenes del cuerpo “perfecto”. Se mantienen fieles a los estándares de belleza occidentales: mujeres jóvenes, femeninas y delgadas, cuyas vidas giran en torno a su imagen física y su alimentación fitness.

Nuestros pensamientos comienzan a girar de manera obsesiva sobre la comida, el deporte y nuestra imagen. Desarrollamos una permanente hipervigilancia hacia diferentes partes de nuestros cuerpos, en búsqueda de “errores”. Nos criticamos de manera constante. Nos comparamos con otras personas. Nos inunda la inseguridad e incomodidad ante la naturalidad de nuestros cuerpos.
Odiamos nuestro cuerpo (que siempre nos acompaña) y generamos rechazo hacia algo que tenemos que hacer todos los días: comer. Y como no podemos evitarlo, buscamos nuevas estrategias de escape. Ponemos todo nuestro empeño en imitar a nuestras modelos a seguir (para ver si así nos acercamos a esa forma física que nos llevará a ese supuesto éxito y felicidad):
- Ocultamos nuestros cuerpos metiendo barriga o usando prendas anchas. Utilizamos filtros que modifiquen nuestros rasgos o retocamos las fotos para moldear nuestras figuras.
- Empezamos prohibiéndonos algunos alimentos (el pan, la pasta, los dulces) y continuamos con dietas que se nos terminan yendo de las manos.
- Realizamos múltiples comprobaciones: nos tocamos, nos medimos, nos pesamos, nos miramos en los espejos y escaparates. También evitamos pesarnos o mirarnos en el espejo, por si comprobamos que se ha cumplido el mayor de nuestros temores.
- Nos castigamos con horas infinitas de gimnasio.
- Nos sometemos a múltiples retoques y cirugías por una mera cuestión estética.
Tanto esfuerzo… ¿para qué? Nuestro estado de ánimo se ve cada vez más mermado al comprobar que no podemos escapar, nuestro miedo es cada vez más grande. ¿Qué hacemos con el resto de nuestras vidas? Las aparcamos y nos aislamos, ya que nuestro contexto también gira en torno a los estándares de belleza, dieta y deporte: nos resulta aversivo no conseguir esos resultados que “deberíamos” haber conseguido y se esperan de nosotras. ¿Y qué pasa cuando perdemos cada vez más actividades gratificantes? Que nuestro estado de ánimo sigue empeorando y la insatisfacción con nuestro cuerpo es aún mayor, por lo que intentamos poner en marcha más y más estrategias para controlarlo (sin mucho éxito). Un bucle del que es difícil salir.

Casi todas lo hacemos, en mayor o menor medida, y así dejamos de habituarnos a la normalidad. Aprendemos que nuestro cuerpo, al natural, es algo horrible que nos genera incomodidad y que debemos evitar a toda costa.
Hoy en día la diversidad se intenta convertir en el canon de belleza.
Y aunque nos queda mucho camino por recorrer, actualmente se pone empeño en visibilizar diferentes cuerpos pues solo una mínima parte de la población cuenta con un físico dentro de los cánones establecidos. Sin embargo, nuestro entorno sigue prestando más atención y halagando los cuerpos delgados, mientras que se emiten más críticas y se presta menos atención a los cuerpos que se distancian de dichos cánones. Simultáneamente, las industrias cosméticas y del mundo fitness contribuyen a mantenernos disgustadas con nuestros cuerpos de manera interesada.
Así que, desde aquí, te invito a reflexionar sobre lo siguiente:
Si los cánones fuesen diferentes mañana, ¿querrías conseguir el mismo cambio físico que quieres hoy?
Y si hubieras crecido al margen de todos estos cánones de belleza y nadie pudiera observarte ni juzgar tu físico… ¿tendrías la misma urgencia por hacer dieta o someterte a cirugías estéticas para lograr ese cambio corporal que tanto ansías?
Incluso si tu respuesta es “no”, es difícil nadar a contracorriente en una cultura donde todo parece girar en torno a la sobrevaloración del aspecto físico y dietas. El proceso de cambio hacia comportamientos más beneficiosos para una misma y que estén más en consonancia con lo que realmente queremos puede ser especialmente difícil, pero merece la pena.
Referencias:
Lowe-Calverley, E., & Grieve, R. (2021). Do the metrics matter? An experimental investigation of Instagram influencer effects on mood and body dissatisfaction. Body Image, 36, 1–4. doi:10.1016/j.bodyim.2020.10.003
Asuero R., Avargues M.L., Martín B., y Borda M. (2012) Preocupación por la apariencia física y alteraciones emocionales en mujeres con trastornos alimentarios con autoestima baja. Escritos de Psicología, Vol. 5, nº2, pp. 39-45.
Behar A, Rosa. (2010). La construcción cultural del cuerpo: El paradigma de los trastornos de la conducta alimentaria. Revista chilena de neuro-psiquiatría, 48(4), 319-334.