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Bienestar: La importancia de por qué hacemos lo que hacemos.

Primer aviso importante a las lectoras y los lectores: esta publicación no es un post de 10 claves para ser feliz, o cómo conseguir el éxito en 5 pasos. El tema que se va a tratar es sumamente complejo y no se puede abreviar en pautas generales y protocolizadas para millones de personas por igual. Sin embargo, desde los estudios en psicología y la experiencia como psicóloga, he podido observar factores en común en las personas que acuden con motivos de consulta tales como “siento que estoy triste todo el tiempo” o “antes era una persona más feliz”.

Para poder hacer una buena introducción a este tema, primero es importante definir muy bien los términos de los que se va a hablar.

En primer lugar, debemos definir bien lo que se considera un problema psicológico, y este lo podemos entender como ciertos patrones de conductas que son problemáticos. Entendemos por conducta la interacción entre el contexto y la persona, incluyendo todas las respuestas del organismo: sensaciones, acciones, pensamientos

Muchas veces nos encontramos inmersas en problemas psicológicos, debido a que en determinadas circunstancias utilizamos nuestros mejores recursos y estrategias, y estas resultan no ser adecuadas o suficientes. Esto es algo normal ya que ni nacemos con herramientas para todas las situaciones, ni nos las enseñan nuestros diferentes contextos educativos.

En este punto del artículo me remito al título, lo importante que es entender por qué hacemos lo que hacemos y las consecuencias de ello.

En psicología decimos que nos comportamos de manera continuada, y para estos comportamientos existen dos tipos de consecuencias inmediatas agradables: las que aportan algo “bueno”, y las que retiran algo “malo”. Estos consecuentes a nuestra conducta, hacen que aumente la probabilidad de realizar dicho comportamiento ante determinadas situaciones, ya que la experiencia nos dice que le sigue un evento “positivo”.

Aquí explico dos ejemplos más sencillos con Susana como protagonista: Susana encuentra una sensación gratificante cuando va al cine a ver una película de acción que le gusta, pero también se siente mejor, aliviada, cuando se escapa antes del trabajo porque ese día el jefe está de mal humor. En ambos casos vemos que el comportamiento “ir al cine” o “escapar del trabajo si el jefe está de mal humor” empieza a mantenerse o aumentar, y esto se debe a esas sensaciones agradables que le siguen. Seguramente, este comportamiento que a Susana le resulta tan útil, se empiece a generalizar a otras situaciones. En el caso del cine, Susana empieza a ir a ver otras películas cuando aparezcan en cartelera, y en el caso del trabajo, Susana también empieza a escapar antes cuando detecta alguna actitud molesta por parte de algún compañero.

Después de repetir esta secuencia muchas veces, ocurre algo interesante: el comportamiento que estaba guiado por esas consecuencias agradables empieza a estar controlado por el contexto en el que se dan. Es decir, Susana ya ha experimentado que el cine es algo que le resulta gratificante, así que solo con ver una película en cartelera, Susana compra la entrada y va sin dudarlo. En el caso del trabajo, cualquier indicador de personas molestas va a hacer que Susana se vaya antes de su hora sin plantearse otras posibilidades.

Ahora imaginemos que en la empresa de Susana cambian de personal, y la persona desagradable (que en un principio era el jefe), ya no está. Susana puede que mantenga su respuesta de escape antes todas las situaciones que ha ido generalizando, sin tener en cuenta que la persona tan desagradable por la que empezó a hacerlo ya no está, y que faltar esas horas empieza a darle más problemas que beneficios.

Entonces, ¿qué pasa cuando en nuestras vidas empiezan a gobernar los ejemplos del segundo tipo? Evitamos situaciones que nos resultan desagradables o nos dan miedo, bebemos para olvidar, escapamos de momentos incómodos…

Comenzamos con respuestas de evitación o escape de estímulos desagradables y se mantienen en el tiempo por nuestra historia de aprendizaje.

Con esto no quiero decir que haya que exponerse a todo lo que nos genere malestar, ni mucho menos, a veces la mejor estrategia es tomar distancia de lo que nos hace daño. El objetivo es detectar cómo se guía nuestro comportamiento en nuestro día a día.

Para llevar esta información al caso particular de cada lectora y lector, vamos a utilizar la metáfora del jardín (Wilson y Soriano, 2002). En esta metáfora plantean la vida como un jardín del que la propia persona es jardinera. En el jardín puedes ir plantando semillas, regándolas y cuidándolas, pero también puedes ocuparte de las malas hierbas que crecen una y otra vez. Puede que quitar esos hierbajos te resulte gratificante en el momento, pero a largo plazo tiene consecuencias mus desventajosas: estarás enfocada en la parte “mala” y fea del jardín, y, además, es difícil que florezcan y den frutos el resto de plantas.

De esta manera vemos cómo podemos mantener comportamientos que nos dan una sensación gratificante inmediata, a otros que nos pueden dar sensaciones agradables a largo plazo, pero continuadas.

Cuando nos empezamos a ver “enganchadas” a quitar los hierbajos, nos estamos limitando quitándonos la posibilidad de realizar otro tipo de respuestas con otro tipo de consecuencias mas beneficiosas. Es decir, si nuestra fuente de bienestar es generalmente el escape de situaciones aversivas y no la búsqueda y realización de actividades que disfrutamos, seguramente nuestro estado de ánimo comience a decaer.

Aquí es importante resaltar, que cuantas más semillas plantemos y cuidemos, más recursos tendremos a los que acudir a modo de “actividad gratificante”, y más difícil será caer en la rutina de quitar hierbajos por el simple hecho de que no nos gustan.

Todas las personas nos regimos por las mismas leyes de aprendizaje, y poder explicar y entender nuestra forma de comportarnos, detectando para ello las variables que influyen en nuestra forma de responder, nos da el poder para mejorar y hacer cambios hacia donde queremos.

La pregunta final para los lectores y las lectoras es: ¿en tu día a día actúas para evitar consecuencias desagradables o para obtener sensaciones gratificantes? En caso de identificarlo: ¿qué puedes cambiar para mejorarlo?

Por supuesto, cada caso es único ya que cada persona tiene su propia historia de aprendizaje y circunstancias propias. Por ello, estas reflexiones son generales y en caso de necesitar ayuda lo recomendable siempre es consultar con un profesional que evalúe personalmente el caso para ofrecer el mejor análisis del problema y respectiva intervención.

Referencias:

Parga, F. M. X. (2020). Análisis funcional de la conducta humana: Concepto, metodología y aplicaciones (Psicología) (1.a ed.). Ediciones Pirámide.

Wilson, K. G., y Soriano, M. C. L. (2002) Terapia De Aceptación Y Compromiso (ACT) Un tratamiento conductual orientado a los valores.  Ediciones Pirámide.

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