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Reflexiones de un psicólogo sobre la película Joker

ÍTACO

Que me perdonen los fans de Batman, pero no he visto ninguna de sus películas. Aún así, fui a ver Joker  y, aunque me costó entender que aquel niño que presenció la muerte de sus padres sería el futuro superhéroe, creo haber pillado el trasfondo y el mensaje de la película.

El éxito de Jokeres una clara evidencia del cambio social que actualmente está sucediendo, en concreto, sobre el discurso de la llamada “enfermedad mental”. Ya no cuela tanto ese discursito de “se es bueno o malo por naturaleza” o de “a este le falta un tornillo”, ahora la gente busca los motivos y las razones por los que se llegan a desarrollar comportamientos tan alejados de la norma social. A los ciudadanos ya no les satisface este tipo de explicaciones innatistas e internalistas, la gente quiere oír historias; porque si Calderón de la Barca fuera un millenial, hubiera tuiteado “La vida es salseo” y ya tendría millones de “me gusta”.

La historia del personaje Joker no deja a nadie indiferente, es uno de esos casos donde la realidad tira al suelo, pisa y escupe a la ficción. Familia desestructurada, clase baja, madre enferma, exclusión social, trabajo precario, sueños inalcanzables, amor no correspondido… Hollywood, ¿algo más? El pitido de la olla express va haciéndose cada vez más y más notable en la sala a medida que avanza la película y acaba por explotar en el villano que todos conocemos. Y es que saber el desenlace de una película hace que prestes más atención a los detalles de la trama, porque en este caso, el protagonista no fue Joker, sino la metamorfosis que le acompaña como una sombra durante toda ella.

De la misma forma que Batman no nació siendo Batman, El Joker no nació siendo El Joker. Su cara de bufón y su pelo verde son la consecuencia de un largo y angosto recorrido. Esa ligera capa de pigmentos de mala calidad se va coloreando con el paso del tiempo y le permite tomar distancia con el mundo que tanto dolor le ha causado. Y no sé a vosotros, pero a mí esa imagen de Joker me recuerda a un cuadro pintado por un niño: lleno de trazos que se salen de los bordes y dibujados con la misma espontaneidad del que aún no ha sido corregido. El maquillaje, como a cualquier guerrero, le da la identidad y la confianza que necesita para enfrentarse al resto y constituye la punta del iceberg de su transformación.

La película nos muestra el contexto para entender a Joker y nos hace sentir que todos podríamos ser él, siendo, paradójicamente, el rechazo el mayor de sus problemas. No es la risa nerviosa, no es su falta de ingresos o su débil estado de salud, es el horrible hecho de que nadie nunca le ha querido. Porque los héroes y los villanos tienen algo en común: la mirada puesta en los demás. El estigma que sufre el diferente, más si tiene un problema psicológico, es lo que acaba trastocando. Cuando Joker se da cuenta de que siempre ha estado solo, que lo más cálido que le ha rozado nunca es el mango de un revolver, se convierte en antagonista.

¿Tú habrías actuado como Joker? Ante la desesperanza de comprobar que tu vida no puede ir ya a peor, ni a mejor, ¿te hubieras dejado enredar en esa espiral de violencia? Joker intenta salir del paso y adaptarse como puede: necesita dinero, se viste de payaso; tiene un sueño, se sube a un escenario; no tiene familia, va en su búsqueda; quiere una pareja, se la inventa. Pero nada de esto le sale bien. Los servicios sociales dejan de estar en la agenda política y cierra el centro donde recibía apoyo, la desatención es institucional. Parece entonces que la única salida a esta indefensión es la violencia… qué turbio, ¿no?

Lo sé, lo sé. Sé que es una película sobre un villano y que acabara con Joker formando un nuevo partido político o escribiendo un libro y dando una charla TED sería un bodrio y un 6,1/10 en Filmaffinity, pero siento quitaros por un momento el hypepara contaros algo que siempre pienso cuando veo que se tratan de una forma tan directa asuntos de carácter psicológico. Como ya he dicho, considero de gran valor que la sociedad se interese por buscar los motivos por los cuales las personas nos comportamos como nos comportamos, y más si estos motivos se ubican en nuestro ambiente y en la educación que recibimos. Sin embargo, por mucho que me muerda la lengua y me haga sangre no puedo dejar de mencionar que las razones que en los medios de comunicación (como el cine) se ofrecen no tienen por qué responder a un hecho científico, y me aterra pensar que los espectadores lleguen a confundir ambas explicaciones.

Recuerdo que un compañero de trabajo y amigo me habló de Sellars (1956), un filósofo que propuso que dos tipos de explicaciones en psicología: la explicación científica o nomológica, que determina las causas del comportamiento, y la explicación normativa, que establece las razones del comportamiento. Y es en este espacio lógico de las razones donde se enmarcan los guiones de las películas, las series, los libros, etc. Estas explicaciones nos entretienen, generan debates interesantísimos y dan un sentido a nuestra experiencia. Aún así, no debemos confundirlas con las explicaciones científicas, es decir, las que ofrecen los psicólogos.

La ciencia es determinista, es decir, tiene el objetivo de encontrar el orden de las cosas y establecer relaciones de causalidad. Quizás ya lo sabéis, pero lo que determina el comportamiento humano son las leyes del comportamiento, no los eventos que nos acontecen. Al igual que nuestras características biológicas (por ejemplo, ser hombre) pueden influir en la forma en que nos comportamos, pero no determinan la forma en la que lo hacemos (no todos los hombres nos comportamos de la misma manera), los eventos vitales tienen una gran influencia, pero no necesariamente nos llevan a comportarnos de tal forma. Son tantas las variables que modulan el comportamiento humano que ninguna experiencia aun combinada con otras determinan nuestra conducta.  Ni haber sufrido abusos en la infancia deriva necesariamente en problemas en la vida adulta, ni tener antecedentes psiquiátricos hace que uno necesariamente desarrolle un trastorno, ni que te pongan un arma en la mano implica necesariamente que la vayas a usar. Con esto no quiero decir que todo dependa de cómo la persona se tome las cosas y que el bienestar dependa exclusivamente de las interpretaciones de cada cual, lo que destaco es que la ciencia psicológica no establece relaciones de uno entre lo que nos pasa y nuestro comportamiento. La ciencia psicológica es probabilística y debemos analizar cada caso en particular. La violencia, al igual que la depresión u otros problemas, no son lo inevitable. Porque sí, señoras y señores, un motivo para comportarse de manera violenta ya es justificarse demasiado. Ante mi pregunta de “¿vosotros hubierais hecho lo mismo que Joker?” seguramente hubierais sentido que sí, pero luego no lo haríais jamás. ¿Por qué? Porque en nuestro país, la violencia no se justifica. En Estados Unidos, por ejemplo, sí existe una cultura de la violencia que vocifera “defiéndete a ti mismo porque nadie lo hará” y en la película, aunque los megáfonos estaban apagados, el mensaje era el mismo: la violencia es necesaria y no queda más remedio que ser violento. Y esto da miedito.

Referencias:

Sellars, W. (1956). Empiricism and the Philosophy of Mind. Minnesota studies in the philosophy of science1(19), 253-329.

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