En la sociedad actual muchas personas, en especial las mujeres, se consideran “impostoras”. El conocido como “síndrome de la impostora” es un fenómeno psicológico que se presenta cada vez más en los medios de comunicación y comprende una serie de comportamientos que perjudica el rendimiento profesional y contribuye al agotamiento y malestar de las personas.
Quienes experimentan el “síndrome de la impostora” mantienen la firme creencia de que no son inteligentes ni capaces, dudando de sus logros y capacidades y negando cualquier evidencia que contradiga su creencia de que, en realidad, no son competentes. De hecho, tienen un pleno convencimiento de que han engañado a cualquiera que piense lo contrario. Todo ello es reflejo de una sociedad que ensalza la meritocracia y cultura del esfuerzo, mantener una estricta disciplina a cualquier coste (señalando al individuo como último y único responsable de los fallos cometidos) y contextos que nos enseñan desde muy pequeñas la importancia de ser perfectas, hacer todo bien… y evitar a toda costa fallar o ser mediocres. Sin dejar de lado el papel de una sociedad patriarcal que constantemente socava y cuestiona el valor y las habilidades de las mujeres.
Y que tú misma pienses que eres una “impostora” es una cosa, pero que lo descubran los demás…sería un problema ¿no?
Pero… ¿Acaso sentirte una impostora significa que realmente lo eres?
- Nuestras expectativas tienen consecuencias a la hora de abordar tareas: Aunque algunas personas abordan sus tareas y actividades con relativa facilidad (incluso si esto implica hacerlas a medias y cometer algunos errores) hay quienes han aprendido que, si no pueden hacerlo a la perfección, es mejor no intentarlo. Es posible que hayas aprendido a tener elevadas expectativas y exigencias sobre cómo debes realizar las tareas, además de ver los errores como algo terrible, de forma que enfrentarse a cualquier tarea puede resultar especialmente costoso. Sin embargo, alcanzar la perfección casi nunca es realista y el temido fracaso rara vez ocurre en la mayoría de los casos.
- Miedo a la exposición: En un entorno donde se cuestiona constantemente la competencia de las personas, más si es la femenina, el temor a ser «descubiertas» como impostoras es común, llevando a la evitación de oportunidades y riesgos. Evitar afrontar la tarea para no enfrentarnos a un posible error o fracaso nos impide comprobar qué ocurriría o qué experimentaríamos en realidad, de forma que cada vez aprenderemos a temer más la posibilidad de fallar y/o una posible valoración negativa. Las tareas se perciben como una amenaza y, ante ella, nuestro cuerpo reacciona para prepararse o protegerse, de forma que realizar una tarea es cada vez más costoso. Sin embargo, cuando ya no es posible posponer una tarea porque no tenemos más margen de tiempo, es muy probable que, sea cual sea la tarea en cuestión, la completemos (habitualmente con éxito) en el último minuto después de haber procrastinado al máximo.
- Excesiva autocrítica y rumia: Posponer y evitar estas tareas por temor a ser descubiertas como impostoras, a corto plazo nos libera de la ansiedad de cometer errores y descubrirnos como “incapaces”, pero a largo plazo favorece una autocrítica excesiva y una rumia incesante: nos criticamos duramente al no estar haciendo las cosas como deberíamos y no alcanzar la perfección: «Debería haberlo hecho antes, no tengo tiempo suficiente, con tan poco tiempo lo haré mal, se notará que no me he esforzado, se darán cuenta de que soy un fraude…» Por eso, cuando obtenemos comentarios positivos de otras personas por haber podido realizar con éxito la tarea (aunque haya sido en el último minuto), algo no nos cuadra: ¿Cómo van a felicitarnos por algo que hemos hecho a prisas y que tampoco está “tan bien hecho”, si además tampoco somos buenas ni competentes?
- Dudas sobre el mérito propio: Es fácil terminar atribuyendo el éxito a la suerte o al apoyo de otros, en lugar de reconocer nuestro propio talento y esfuerzo. No nos resulta coherente con nuestra historia de aprendizaje saber que hemos hecho una tarea “de malas formas y con poco esfuerzo” y que nos feliciten por haberla realizado de forma exitosa: porque era “nuestro deber” y “debíamos hacerlo bien, lógicamente sin fallos”. Nuestros contextos pueden habernos enseñado a minusvalorar nuestras capacidades, así como elevados estándares sobre cómo debemos ejecutar una tarea y cuál debe ser el resultado. Estos estándares no son necesariamente compartidos por el resto de personas que valoran nuestra ejecución (que tienen otras historias de aprendizaje y pueden tener estándares más bajos).
Consecuencias del síndrome de la impostora
El síndrome de la impostora tiene profundas consecuencias, tanto a nivel personal como profesional, exacerbadas por las desigualdades de género:
- Estrés y ansiedad: La constante autocrítica y el miedo a ser descubiertas como fraudes pueden generar altos niveles de hipervigilancia constante, estrés y ansiedad, pudiendo afectar gravemente la salud física y psicológica.
- Procrastinación y evitación: Para evitar la posibilidad de fracasar o ser expuestas, muchas personas procrastinan o evitan asumir nuevas responsabilidades, limitando así su crecimiento profesional y personal.
- Desgaste profesional: La presión constante por demostrar su valía puede llevar al desgaste profesional o burn-out, un estado de agotamiento físico y emocional agravado por las expectativas de género.
- Auto-sabotaje: Las dudas constantes pueden llevar a las mujeres a no postularse para ascensos, evitar nuevas oportunidades laborales o no defender sus ideas, perpetuando así las desigualdades de género en el lugar de trabajo.
¿Y qué podemos hacer con el síndrome de la impostora?
Afrontar el síndrome de la impostora desde una perspectiva feminista implica reconocer y desafiar las estructuras sociales que perpetúan estos sentimientos, así como adoptar estrategias personales y colectivas:
- Identificar y reconocer lo que nos ocurre: Y así poder hablar de ello con otras personas sobre ello y facilitar la búsqueda de ayuda, normalizando estos sentimientos y construir una red de apoyo.
- Revisar y celebrar los logros: Llevar un registro de los logros y éxitos puede ayudar a contrarrestar las dudas internas. Revisar regularmente este registro puede reforzar la confianza en una misma y en las propias capacidades, desafiando nuestras propias reglas autoexigentes y la narrativa social sobre la meritocracia y mediocridad, así como la narrativa patriarcal que minimiza los logros femeninos.
- Desafiar pensamientos autoexigentes, anticipatorios y catastróficos: Es fundamental cuestionar y desafiar los pensamientos autocríticos y anticipatorios de malos resultados atribuyéndonos la absoluta responsabilidad. Preguntarse si hay evidencia real que sustente esos pensamientos o si son una manifestación de nuestra historia de aprendizaje puede ayudar a cambiar la perspectiva.
- Aceptar la imperfección: Comprender que la perfección es una expectativa inalcanzable y desajustada puede liberarnos de la presión autoimpuesta. Ver los errores como oportunidades de aprendizaje y no como fracasos personales es crucial, así como cuestionarse la necesidad que se nos ha impuesto de ser perfectas en todo.
- Practicar la autocompasión: Ser amable con una misma puede ayudar a mitigar el problema. Reconocer que una está haciendo lo mejor que puede dentro de las circunstancias que tiene y que eso es suficiente, puede ser un cambio de mentalidad poderoso.
- Establecer metas realistas: Al contrario de intentar abarcar un gran objetivo con expectativas de perfección, fijar metas más pequeñas y alcanzables y celebrar cuando se logran puede ayudar a construir una sensación de competencia y éxito.
Sentirse como una impostora no significa que realmente lo seamos
La verdadera impostora reside en intentar evitar el «fracaso» a toda costa. Aceptar que los sentimientos de duda son normales y trabajar activamente para construir una autoimagen positiva y realista puede ser la clave para superar este obstáculo psicológico y estructural. Desde ÍTACO podemos acompañarte en la superación de este obstáculo para avanzar con confianza en tu vida personal y profesional.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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