A lo largo de nuestra vida nos encontramos, en más ocasiones de las que nos gustaría, ante situaciones futuras que suponen un desafío, por pequeño y cotidiano que pueda parecer este. Situaciones en las que tenemos que decidir qué hacemos con lo que se nos presenta (realizar a un examen, hacer una tesis, exponer en público, buscar un trabajo, trasladarnos a otro país, dejar una relación…) y es ahí donde el miedo hace su aparición estelar y se apodera de nosotros.
¿Qué es el pesimismo defensivo?
Cuando hablamos de pesimismo defensivo hacemos referencia a una forma de afrontamiento ineficaz, empleado para hacer frente a retos en los cuales, vaticinas que el fracaso será el resultado y la ansiedad está guiando la toma de decisiones. Esto desencadena una primera valoración negativa, tanto de la situación futura como de tus recursos para gestionarla, que te llevará a replantearte en bucle lo que puede llegar a pasar, anticipando 300 escenarios, cada cual más catastrófico que el anterior, ya que ha conseguido que focalices toda tu atención en las posibles dificultades que vas a encontrarte y en todos los resultados negativos que de ella podrían salir.
Lo curioso es que, mientras estás pensando, parece que estás haciendo algo útil y lo único que está ocurriendo es que la ansiedad se hace más grande y el fallo se convierte en la opción cada vez más realista.
Pero, ¡ya es tarde! El miedo al fracaso ha llegado a para quedarse y terminará por convencerte de que es mejor no mover ficha o de que necesitas un as en la manga antes de hacer nada, porque si no todo apunta a que te vas a equivocar, va a salir mal, no lo vas a conseguir y todos lo van a saber, llevándote a la única conclusión aparentemente lógica, aunque completamente sesgada, vas a fracasar.

¿Qué hacemos cuando el miedo al fracaso se asoma?
El bucle de pensamientos te ha dejado dos opciones. La primera es, mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, así que no te mueves de tu zona de confort ya que te permite mantener la falsa sensación de seguridad que tienes ahí sentado, justo donde estás. Por eso ¡huye! ¡Escapa de eso tan incierto! ¡No hagas nada! Y casi derivado de la inercia de acontecimientos, evitas por todos los medios hacer cualquier cosa que pueda acercarte al mayor error que crees que vas a cometer. Esta falta de actuación te hace sentir una tranquilidad inmensa bajo la premisa de que te está protegiendo del fallo.
Veamos esto con un ejemplo. Juan trabaja desde hace 7 años en la misma consultoría, pero sus condiciones laborales no son demasiado buenas. Lleva 3 años pensando en irse a otra empresa, aunque cada vez que intenta retocar el currículum y buscar ofertas de empleo una ráfaga de pensamientos aparece “me costó mucho encontrar este trabajo, me rechazaron mil empresas antes de entrar aquí, ¿y si vuelve a pasar?, ¿y si nadie me llama?, ¿y si cuando haga la entrevista no vuelvo a saber nada de ellos?, ¿y si digo una tontería?, no me van a coger, me voy a quedar sin trabajo, voy a hacer la entrevistas para nada, ¿y si me equivoco?, si no me admiten en otra empresa no sé cómo lo voy a explicar en casa, va a ser culpa mía”, por lo que cierra el ordenador y aquí termina la actualización del currículum y la búsqueda activa de trabajo.
Al evitar exponerse al malestar que supone la idea de no conseguirlo, la ansiedad de Juan disminuye momentáneamente, pero este escape solo mantendrá el problema otro año más, ya que situación laboral no va a mejorar espontáneamente. Este escape produce un efecto llamado incubación, cada vez que abandona la búsqueda la tranquilidad que aparece refuerza que este comportamiento se repita, pero también refuerza el pensamiento de que va a fracasar, perpetuando el problema. Así, la incubación logrará que, solo con pensar brevemente en cambiar de trabajo, su ansiedad se dispare de nuevo con mayor intensidad que antes, bloqueando cualquier actuación que le permita resolver realmente la situación en un ciclo infinito.
Aunque, si lo tuyo no es correr, tu alternativa es poner la tirita antes de la herida. Ya has visualizado todos los escenarios horribles que consideras que pueden ocurrir y, has asumido que seguro que uno de ellos es el certero, así que ahora te toca compensar hoy lo que pueda llegar a pasar en ese futuro. Este es el momento en el que te esfuerzas el cuádruple para que esa profecía no se cumpla, aunque en contra de lo que pronosticas, no sabes con certeza si es necesario hacerlo porque no adivinas el futuro y es difícil aseverar lo puede ocurrir. Pero ahí estás, intentando recupera el control que crees perdido antes de que sea demasiado tarde.

En dos meses, Sara tiene que presentarse a la EBAU. Siempre ha sido una estudiante de sobresaliente y, aunque los exámenes le ponen nerviosa, este especialmente, ya que tiene claro que quiere ser médica. Cuando se levanta por las mañanas, la angustia aparece y el bucle se desata “¿y si me preguntan algo que no sé?, seguro que me cae lo que no sé, ¿y si me quedo en blanco?, no puedo fallar, si no lo hago perfecto no entro en medicina, no voy a poder ser médica nunca, tengo que hacerlo bien, tengo que sabérmelo todo”. Así que su angustia y ella se sientan a estudiar de lunes a domingo, más horas de los que el material de estudio da se sí, pero ya que está, se queda repasando por si acaso. Ha dejado de salir y de ir al gimnasio es una pérdida de tiempo, y repetir le lección la tranquiliza.
Esta falsa sensación de seguridad que tiene Sara estudiando en exceso, procede de esa regla verbal tan tramposa que la convence de que, el resultado de una situación futura en la que participa, depende completamente de ella. Y si, además, comprueba repetidamente que lo que sabe no lo ha olvidado de un día para otro, sus nervios se mantienen a raya, al menos hasta mañana. Cada comprobación que realiza retroalimenta la regla y la conclusión sesgada de que, si no saca la nota que le “debería”, únicamente será su responsabilidad porque podría haber estudiado más y no lo hizo. Pero no ha tenido en cuenta aspectos que no puede controlar, como quién lo corregirá, qué nivel de dificultad tendrá, o si estará cansada y su concentración no será la óptima.
Si todos tenemos situaciones futuras que son un reto, ¿por qué no todos los afrontamos desde el pesimismo defensivo?
Los comportamientos que realizamos no son aleatorios, siguen los principios de aprendizaje que guían la conducta humana, los cuales tienen en cuenta que cada uno de nosotros, con sus particularidades, interactúa con su contexto específico. De este modo, aunque todos hemos hecho exámenes y nos toca en algún momento buscar trabajo, no todos tenemos las mismas habilidades, ni la misma tolerancia a la incertidumbre o a las consecuencias aversivas de nuestros fallos, como la crítica, el rechazo social o la percepción de incompetencia. Y es que nuestras experiencias previas ante desafíos también difieren, y aunque no es necesario haber “fracasado” previamente, la autoexigencia también media en este comportamiento. Todas o algunas de estas individualidades, llamadas variables disposicionales, actuarán como facilitadoras de las conductas disfuncionales que realizas y que están manteniendo tu miedo a fallar.

¿Cómo nos afecta el miedo al fracaso?
Lejos de todo lo que anticipamos y, sabiendo que toda decisión puede implicar perder cosas y ganar otras, lo peor que te puede pasar si te equivocas es aprender a través de la experiencia, esa que llevas tiempo intentando evitar vivir o intentando controlar. Como te decía, el comportamiento, y con ello, los logros, están basado en los principios de aprendizaje, si no fallaras nunca significaría que no tendrías capacidad de aprendizaje, que has llegado a tu tope como ser humano. Por suerte para todos, esta opción no es realista, y cometerás errores, pero en ningún caso es un fracaso, es parte de tu crecimiento.
Sin embargo, las consecuencias del miedo al fracaso pueden ser más desastrosas y eso no lo contemplas dentro de esas 300 opciones en las que pensabas. La ansiedad, las dificultades para conciliar el sueño o los despertares en mitad de la noche, la baja autoestima, el estrés, la depresión o la insatisfacción con la vida, son algunas de las que más pueden llegar a interferir con nuestro día a día.
Por ello, si en algún momento leyendo esto te has sentido identificado con alguna de las conductas o consecuencias mencionadas, no dudes en pedir ayuda para reaprender a afrontar y solucionar la adversidad de una manera más eficaz.