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¿Por qué me cuesta decir que no?

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Son muchas las situaciones en las que una persona se siente incómoda a la hora de negarse a hacer una cosa. Acaba cediendo, pero realmente no está cómoda y la satisfacción que pensaba que iba a conseguir al ceder, no la siente. En su lugar, hay malestar y desánimo, e incluso decepción con uno mismo por lo ocurrido y acaba concluyendo que lo que ha pasado, es responsabilidad únicamente suya. En este post, nos gustaría abrir este horizonte y ver por qué cuesta tanto decir “no” a una obligación social, familiar, laboral, de pareja, y por qué surge la culpa, cuando el mensaje que nos llega es que está bien priorizarse.

Pero… ¿por qué me cuesta decir “no”?

A la hora de reflexionar por qué nos cuesta decir “no”, es importante no juzgar y visualizar un espectro más grande que la forma de comportarse de uno mismo. Desde esta perspectiva, algunos motivos por los cuales cuesta decir “no” pueden ser:

– Deseo de agradar. Son muchas las situaciones en las que decir que “sí” o cumplir con las peticiones o expectativas de los demás está asociado a la aprobación, el reconocimiento, la aceptación, es decir, está reforzado socialmente. Decir “no” a menudo se percibe como una acción que puede hacer que otros se sientan decepcionados o molestos, lo que puede degenerar en conflicto o una opinión negativa. Por ejemplo, si una persona nos cae bien, no es extraño que nos cueste ponerle límites o decirle “no” ante sus peticiones para no generar que le dejemos de agradar.

– Miedo al rechazo. Decir “no” o no cumplir con dichas peticiones o expectativas suele estar asociado al rechazo, la desaprobación, al aislamiento, generar conflictos, es decir, se castiga socialmente. Las personas evitamos decir que “no” para evitar las posibles consecuencias negativas asociadas, ya sean con uno mismo o con los demás. Por ejemplo, ante un plan al que no me apetece ir, puede que acceda para que un amigo/a o un familiar no se moleste si no voy, ignorando completamente lo que yo necesito.

– Roles sociales. A lo largo de nuestra vida vamos aprendiendo a relacionarnos con nuestro entorno, si durante nuestro crecimiento nos han reforzado decir “sí” y nos han castigado decir “no”, es mucho más probable que se desarrollen problemas cuando decir “no” es necesario. Por ejemplo, si en mi circulo de amistades se me valora si accedo a los planes (ej. «eres el alma de la fiesta») y se me ignora o no se cuenta conmigo cuando digo que no puedo ir.

– A veces sí, a veces no. a lo largo de nuestro aprendizaje, nos han reforzado o castigado de forma intermitente si decimos “sí” o “no”. A veces el “sí” ha ido acompañado de consecuencias positivas, en otras ocasiones pudo no tener efecto o incluso resultar en consecuencias negativas, y viceversa con el “no”. Esto hace que sea difícil predecir qué consecuencias va a tener decir “sí” o “no”. Por ejemplo, si crezco en este entorno cambiante donde a veces los «no» van seguidos de respeto (ej. «lo entiendo perfectamente, no te preocupes») y otras de muestras de rechazo (ej. «siempre dices que no, eres un/a egoísta»), cuando tenga la necesidad de decir «no» tal vez me cueste mucho más tomar la iniciativa de hacerlo por anticipar que me puedan rechazar como otras veces (ej. «¿y si vuelve a pensar que soy una persona egoísta?»).

– Falta de habilidades. Se puede temer decir “no” porque parezca agresivo o desconsiderado, lo que hace difícil expresar los deseos y necesidades de manera clara y respetuosa. Por ejemplo, si no hemos tenido muchas oportunidades de decir que no o no hemos tenido modelos donde aprenderlo, puede que cuando pongamos un límite lo hagamos a voces (ej. «te he dicho que no me apetece»).

– Falta de conciencia. Algunas personas pueden no ser completamente conscientes de sus propios límites y necesidades, lo que dificulta decir que “no” de manera funcional y efectiva. Por ejemplo, cuando nos preguntamos «¿no me apetece o me da pereza?», «¿qué es lo que quiero realmente?», «¿y si digo que no y luego me apetece?»…

De esta forma, a lo largo de la vida, se va reforzando decir “sí” o comportarse de manera complaciente, a través de aprobación, elogios, aceptación, por lo que se crean asociaciones agradables con ese comportamiento. Esto fomenta que repitamos ese tipo de conductas y las generalicemos a todos los ámbitos de la vida, como son el trabajo, las relaciones de pareja o sociales, e incluso con uno mismo.

Si no depende solo de mí, ¿por qué me siento culpable?

Decir “no” normalmente va seguido de críticas, desaprobación o incluso rechazo, por lo que se generan asociaciones desagradables con ese comportamiento, provocando el cese de este tipo de conductas. Por ello, el “no” a menudo se asocia con sentimientos de culpa y las personas pueden pensar que están siendo egoístas o insensibles al negarse a ayudar o comprometerse. La culpa que se siente al decir “no” puede relacionarse con el condicionamiento social y las expectativas.

Como se ha comentado, a lo largo de la vida recibimos mensajes sobre la importancia de ser amables, complacientes y ayudar a los demás, por lo que decir “no” puede percibirse como una desviación de esa norma, provocando culpabilidad. Además, decir “no” puede chocar con esas expectativas y generar una disonancia entre lo que creemos que “deberíamos” hacer y lo que realmente hacemos. La culpa puede ser un poderoso motivador para decir «sí» cuando se prefiere decir «no».

Con todo lo visto, podemos deducir que si siempre se observa y vive que las personas son recompensadas por comportarse de manera complaciente y castigadas por poner límites, es normal que se aprendan las consecuencias agradables y desagradables que las acompañan y que éstas dificulten y modifiquen la forma de comportarse y relacionarse en los diferentes ámbitos de la vida.

¿Cómo puedo empezar?

Conocerse a uno mismo y comprender lo que es importante para uno es un paso crucial para establecer límites adecuados. Decir “no” de manera funcional y efectiva implica comunicar los límites de forma respetuosa y asertiva. Para ello, algunas claves en las que se pueden trabajar son: reflexionar sobre las propias necesidades y límites, ser claro y directo, utilizar un lenguaje asertivo, establecer límites sin culpar a la otra persona y practicar el “no” en situaciones no críticas, entre otros.

Es importante recordar que decir “no” de manera apropiada y respetuosa es esencial para mantener una buena salud mental y relaciones saludables. Aprender a establecer límites de manera asertiva y a comunicarse de manera efectiva es beneficioso para tu bienestar emocional. Si leyendo este Blog sientes que tienes dificultades para establecer límites o sientes malestar a la hora de llevarlos a cabo, te animamos a ponerte en contacto con ÍTACO.

Referencias:

Peñafiel Pedrosa, E. & Serrano García, C. (2010). Habilidades sociales (pp. 7-45). Editorial Editex.

Pérez, D. F. (1994). Entrenamiento asertivo, aprendizaje social y entrenamiento de habilidades
sociales. Revista Cubana de Psicología, 99-107.

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