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¿Mi hija/o me manipula?

Durante mis consultas con madres y padres en busca de soluciones, me he encontrado muchas veces con una preocupación en común: ¿Mi hijo me manipula? ¿Mi hija sabe cómo manejarme? ¿Utilizan lo que saben para conseguir lo que quieren? Por esta razón he decidido hacer un post resolviendo la duda y aclarando algunos conceptos.

En primer lugar, vamos a definir bien lo que es manipular. Según la Real Academia Española, el significado del término “manipular” del que estamos hablando, aparece en tercer lugar, y dice así: “Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares”. Esta definición, por lo tanto, lleva implícito un comportamiento malintencionado y astuto, con el fin de obtener un beneficio propio.

Teniendo clara esta definición voy a pasar a explicar cómo se da el comportamiento desde los estudios en psicología, y después se retomará el concepto de “manipular”.

Cuando en psicología explicamos el comportamiento humano lo hacemos en términos de procesos de aprendizaje y circunstancias de la persona, y la conducta resultante se considera la adaptación que ha tenido lugar de un organismo ante un medio ambiente. Esto ocurre con todos los comportamientos, incluidos los que consideramos problemas psicológicos, ya que, la mayoría, pudieron ser altamente prácticos en el pasado, ante un contexto. Por ejemplo, una persona que llega a un lugar de trabajo nuevo en el que invalidan y ridiculizan todas sus propuestas, va a acabar limitándose a hacer su trabajo sin aportar ideas. Si esta persona cambia de lugar de trabajo, puede que ahora las personas de las que está rodeado quieran escuchar sus propuestas o incluso las demanden, pero esta persona ha aprendido en el contexto anterior que es mucho más seguro no dar su opinión, por lo que puede que siga sin hacerlo. Es más, puede llegar a generalizar ese “miedo” a otros contextos, y dejar de dar su opinión con sus amistades o su pareja.

En este ejemplo se puede ver como esta persona intenta adaptarse al medio de la mejor manera que puede, es decir, muchos de nuestros comportamientos se van viendo moldeados y mantenidos por factores principalmente contextuales, sin tener una “intención” detrás para querer actuar así, sino simplemente con un mero sentido adaptativo.

En relación con lo anterior, se entiende que los comportamientos que se dan ocurren porque tienen una funcionalidad, y nuestra forma de responder se va moldeando según nuestra historia de aprendizaje. Aquí hay que entender una cosa muy importante, y es que este aprendizaje no tiene por qué ser consciente, la gran mayoría del tiempo aprendemos de forma involuntaria (queramos o no), por el simple hecho de estar expuestos ante unos estímulos y un contexto.

A continuación, desarrollo algunos ejemplos para que se entienda de forma clara. Cuando hemos comido algo y nos ha sentado mal (porque ese día algún ingrediente estaba en mal estado, o por un virus, o porque nuestro estómago estaba delicado) automáticamente tenemos rechazo a eso que hemos comido. Ha ocurrido un proceso de aprendizaje en el que hemos condicionado cierto alimento a ese malestar, y no es algo que hayamos querido que ocurra. De hecho, puede ocurrir con alguna comida que siempre nos ha gustado y ahora no podemos ni oler, y nos gustaría poder seguir disfrutando de ella.

Ahora vamos a llevar esta información a un ejemplo con una familia, que se puede asemejar mucho mejor a los problemas de los que surge la pregunta inicial. Imaginemos a la familia formada por los padres Cameron y Mitchell, y su hija Lily de 5 años de edad.

Cameron y Mitchell se han preocupado siempre por su hija, han intentado que aprendiera de la manera más positiva y cariñosa. Con el paso del tiempo se dan cuenta que Lily tiene rabietas que van en aumento, y no saben por qué. Lily llora, se tira al suelo, grita, hasta conseguir lo que quiere.

Si investigamos en el pasado cómo se ha ido dando esta conducta de Lily y cómo ha reaccionado el entorno, vemos que en un principio atendían a su queja porque no querían verla sufrir, en algunas ocasiones le decían que no estaba bien cómo lo estaba pidiendo o esa forma de expresar el malestar, y en otras le daban algo para que se distrajera y parara de llorar. Podríamos decir que Lily, justo después de su queja o rabieta, estaba en un estado de malestar y ha obtenido algo que le resultaba gratificante de alguna manera, o que le reducía su malestar (obtener lo que quería, atención de los padres, un entretenimiento…).

A esta forma de aprender se le llama condicionamiento operante, y según las leyes de aprendizaje, la conducta que va seguida de consecuencias inmediatas “agradables” tenderá a aumentar (independientemente de que nos parezca bien o no).

En todo este proceso Lily no ha sido consciente de lo que estaba aprendiendo, ni de cómo se produce este aprendizaje, simplemente ella estaba expuesta ante una situación, ha reaccionado de la manera que sabía, y ha obtenido consecuencias agradables del entorno por lo que se volverá a dar esa misma conducta. Podríamos decir que Lily se ha adaptado lo mejor que sabía al contexto.

Después de explicar el aprendizaje no voluntario por parte de Lily, me parece importante recalcar la conducta de los padres. Al igual que Lily, (y el resto de los seres humanos), los padres también han aprendido formas de adaptarse a la situación lo mejor posible. Cameron y Mitchell lo pasan mal cuando ven a su hija llorar, y cuando consiguen calmarla, de alguna manera, ellos también se calman. 

Han aprendido a responder ante un contexto aversivo para ellos de la mejor manera que han sabido, y poco a poco su comportamiento también se ha ido moldeando hasta el actual. Está claro que ellos no saben hacerlo mejor, y tampoco saben cómo han llegado hasta ese punto.

Ahora sí, retomamos el concepto de niño/a “manipulador/a”. La conducta que se da es aprendida involuntariamente y por exposición a determinadas situaciones y estímulos. No podríamos decir que encaje con la definición malintencionada y astuta. Por otro lado, la utilización de la etiqueta “manipulador/a” no aportaría nada a la hora de explicar el problema y menos aún para trabajar en él. Es una explicación superficial (y errada), que no solo no aporta, sino que puede interferir en la intervención.

Entender que el comportamiento en este tipo de situaciones no es manipulación ayuda a explicar de una manera mucho más correcta y práctica el problema, y a poder tomar distancia y tranquilidad respecto a la situación.

Seguramente las personas que hayan leído este post y tengan niños y niñas alrededor, hijas, sobrinos, nietas, alumnos… se sentirán identificadas con estas situaciones. Esto es porque son del todo comunes. Con esta lectura sabrán ahora explicar un poco mejor lo que ocurre, y definiéndolo con adjetivos más ajustados y resolutivos. Aun así, si los problemas se acentúan y nos vemos con dificultades de gestionarlos, lo mejor es acudir a una profesional que evalúe personalmente el caso y pueda dar una intervención adaptada al problema.

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