Una historia
A:
Trabaja desde hace 20 años en la misma empresa. Empezó con 16 mientras estaba aún en el instituto y durante años estuvo compatibilizando ambas dedicaciones. Fue ascendiendo en la empresa y hoy es una de las personas con mayor antigüedad y más conocimientos de la misma.
Se casó y tiene dos hijos y una hija.
Pasa gran parte de su tiempo libre con familia y amigos. Se reúnen en su casa habitualmente donde prepara comidas, cenas y ¡a veces hasta desayunos! A todo el mundo le encanta ir a su casa por lo acogidos que se sienten.

Tiene un perro al que suele sacar a pasear por un parque cercano, este suele ser su momento de desconexión, en contacto con la naturaleza medita sobre su vida, el pasado, sus propósitos de futuro…
Además de esto le gusta leer, el cine, sigue alguna serie y le encantaría pasarse un año dando la vuelta al mundo sin más preocupación que saber cuál sería el próximo destino.
B:
También empezó a trabajar a los 16, repartiendo pizzas los fines de semana para sacarse un dinerillo. Los estudios se le dieron bastante mal y después de repetir varios cursos decidió dejarlos y trabajar en la pizzería a tiempo completo. Con 18 se quedó embarazada de su primer hijo y se vio casi obligada a casarse ya que sus padres la echaron de casa. Su marido pasó de ser un chaval gracioso a un vago impenitente que trabaja cuatro horas al día y en casa por no hacer no hace ni acto de presencia. Una noche y un descuido trajeron de regalo a los gemelos.

Actualmente continua en la pizzería aunque ahora es encargada trabaja casi cincuenta horas semanales.
Su hermano y su madre viven a dos calles y pasan mucho tiempo en casa para cuidar a los niños y ella tiene que encargarse de las comidas de todo el mundo aumentando así su horario laboral en horas y horas.
También tiene un perro que su marido trajo a casa porque era un cachorro adorable y lo iban a sacrificar. Los niños se volvieron locos con él, y ¿Qué iba a hacer ella? Pues lo que hace: encargarse de que salga, de que tenga comida, del veterinario…
Y pasa los días soñando con que le toque la lotería y salir huyendo, a cualquier lugar donde le hagan la comida a ella y, a poder ser, soleado.
Supongo que alguien ya lo habrá supuesto, pero, por si acaso: A y B son la misma persona.
Las palabras que usamos para contarnos nuestra historia promueven emociones muy distintas. De hecho pueden hacer que la misma historia parezca tan diferente que esté hablando de personas diferentes. Y de alguna manera así es. Ya que la persona que se cuenta la historia como A tendrá una autoestima, un grado de bienestar y una motivación para alcanzar sus objetivos tan diferente a la persona que se cuenta esa misma historia como B que les llevaría a tener comportamientos tan dispares que, efectivamente, casi podríamos hablar de dos personas.
Podemos trasladar el mismo ejemplo a algo que nos habrá pasado frecuentemente: a mi amiga C le encantó “La La Land”. A mí no. Sí un amigo común nos pregunta por la última película que hemos visto y sin decir el título ella habla de su reacción hacia la película y yo de la mía, es muy probable que nuestro amigo común piense que estamos hablando de películas distintas (de hecho cuando C me habla de La La Land estoy convencida de que vimos películas diferentes…)
Esto no supone que es mejor pintar de rosa cada esquina de mi existencia para sentirme mejor. Es más: rara vez funciona. Lo que implica es que los mismo hechos objetivos pueden tratarse con distintas subjetividades, y relacionarse así con sensaciones, emociones y comportamientos diferentes que nos llevarían a entender nuestra situación como algo aceptable, algo susceptible de modificación o simplemente, una pesadilla.Si no estoy conforme con mi vida es interesante tratar de cambiarla, pero ¿Qué hago con aquello que no puedo cambiar? ¿Puedo interpretarlo de otra manera? ¿Puedo contarme los hechos objetivos de manera que su significado me ayude a alcanzar mis objetivos y me aleje de lamentaciones que no conducen más que a aumentar mi grado de malestar?
Nuestra vida en definitiva es aquello que nos contamos que es.
Elijamos nuestras palabras. Y actuemos en consecuencia.
Escrito por Isabel Ávila
Para leer más sobre el lenguaje:
Hola Isabel .
Has elegido un tema digno de debatir en mesa redonda y sin tiempo que apremie .
¿Que condiciona a las personas? ¿Al estado de ánimo y autoestima? Las situaciones que viven o las palabras con las que se describen?
Cierto es, que la verdad es relativa, nadie nunca es poseedor de la verdad absoluta, ya que desde mi punto de vista, tiene un prisma subjetivo; pero aunque, la manera de utilizar las palabras para contar vivencias personales puedan adornar de confeti una vida difícil y con muchos lastres, ¿no sigue siendo duro el día a día?
Si nos ponemos en el lugar del receptor, al describir las cosas de “color de rosa” por supuesto que cambia el tono de las.mismas ,¿es así para el interlocutor también?
Estoy de acuerdo en que la manera de vivir de cada uno depende mucho de la forma con la que nos enfrentamos al día a dia e incluso como hablamos de ello , a nosotros mismos y a los demás
Entonces, ¿que nos condiciona a la hora de verlo todo de un gris oscuro, que incluso parece que arrastras un enorme peso, o un maravilloso arcoíris que te eleva a lo más alto?
¿La manera de hablar o el estado de ánimo a la hora de vivirlo?
En definitiva y como punto y final .
Al fin y al cabo todo es energia que fluye. Y el movimiento se dirige hacia una dirección u otra depende del nivel de energía en el que vibremos.
Gracias por estos ratos tan agradables de reflexión.
Hasta pronto
Hola Helena,
gracias por tu interés sobre el tema y sí, efectivamente, podría dar para un buen debate que es sin duda lo que se trata de favorecer con las entradas de este blog.
Nuestro estado de ánimo y nuestra autoestima son producto de algo y tú abres el debate de si ese algo es una situación o las palabras que usamos para describir tal situación. Pues bien, aunque en ocasiones la situación en sí misma provoca determinadas emociones, en otras ocasiones es sólo nuestro discurso el causante y en la mayoría de casos es una interacción ya que separar lo que sucede de cómo me cuento lo que sucede es una tarea casi imposible en numerosas ocasiones.
Es cierto que no se trata de reducir la causa a las palabras que uso (aunque son importantes también) ya que las experiencias anteriores, vivencias, aprendizajes, recuerdos… han ido conformando un filtro que hace que interpretemos la realidad de manera muy diferente. Si somos capaces de identificar nuestros propios filtros será más probable que los modifiquemos para que «filtren a nuestro favor». En general todo lo aprendido no ha sido intencional pero intencionalmente podemos aprender formas nuevas de interpretar.
Fíjate cómo al decir: «pero aunque, la manera de utilizar las palabras para contar vivencias personales puedan adornar de confeti una vida difícil y con muchos lastres, ¿no sigue siendo duro el día a día?» ya estás interpretando el día a día como duro, por lo tanto, por más que ahí pongas otra palabra, efectivamente, va a dar lo mismo.
Por otro lado me parece muy interesante la diferencia que propones entre receptor y emisor del mensaje, y te pregunto yo ¿qué diferencia hay entre emisor y receptor cuando hablamos del monólogo interno? A veces sucede que somos muy sensibles a cómo nos hablan otras personas y no nos damos cuenta de cómo influye en nosotras mismas lo que nos decimos. En mi discurso interno yo soy la que habla y la que escucha, para lo bueno y para lo malo, ¿estoy pendiente de lo que me digo y cómo me lo digo? ¿me doy cuenta de las consecuencias que eso tiene?
La manera de contar las cosas tiene tanto peso que para escuchar la misma historia de amor que podemos encontrar en cualquier medio, de cualquier época de la historia de cualquier cultura, en general, preferimos a Shakespeare, a Lope o a Lorca. Porque las palabras que eligieron y el orden en que las colocaron es lo que marca la diferencia.
Muchas gracias por tu interés en estos temas y por participar activamente en nuestro Blog.
Un abrazo!