Hablar por hablar

por Nov 14, 2019Blog1 Comentario

Cada persona tiene su propia forma de hablar. Su manera de construir frases, de profundizar en los detalles, de ramificar los temas, de dramatizar, su vocabulario, ritmo, tono, velocidad… hay multitud de elementos que conforman la manera en la que hablamos. 

La manera en la que hablamos influye enormemente en nuestro día a día. Por un lado en nuestra relación con otras personas (entorno social y laboral) y por otro en la relación que tenemos con nuestra perspectiva particular de interpretar, sentir y actuar en el mundo, en la vida, tal y como los percibimos. 

Sobre esta segunda influencia es sobre la que reflexionaremos en esta entrada.

(Un ejemplo maravilloso de hasta qué punto puede influir en nuestra vida social y laboral ya lo expuso magistralmente G.B. Shaw en Pigmalión cuya adaptación a la pantalla, no menos magistral, fue llevada a cabo por G.Cukor en My fair lady. Remitimos a la lectura de la novela o visionado de la película para la reflexión sobre cómo la manera de comunicarme influye en el trato que doy y recibo de las demás personas.)

 

My fair lady pelicula

Una forma de hablar concreta que llamaremos A conlleva una forma de pensar B que evoca con más probabilidad unas emociones C.

Veamos algunos ejemplos:

A: forma de hablar concreta y simple, «ir al grano», escasez de subordinadas, adjetivos y complementos.

B: pensamiento probablemente más práctico y técnico. Menos probable el pensamiento creativo. 

C: mayor frecuencia de emociones de baja intensidad, tanto las agradables como las desagradables.

A’: forma de hablar ramificada, saltando de un tema a otro, describiendo cada matiz con la misma cantidad de palabras que los temas principales.

B’: probablemente pensamiento más desordenado, quizás problemas para toma de decisiones, más creativo, más probabilidad de pensamiento lateral.

C’: mayor probabilidad de emociones intensas y de labilidad emocional.

Podrá apreciarse que el texto está invadido de «probable, probabilidad…» porque no estamos hablando de una relación exacta e inequívoca, pero obsérvese que difícilmente puedo pensar de manera diferente a la que hablo, por ejemplo, no puedo pensar en conceptos de los que no soy capaz de hablar, no puedo hablar sintéticamente si no sé pensar así, no puedo tener más vocabulario para pensar que para hablar, etc.

Un aspecto Interesante de esto es que una manera de cambiar la manera de pensar y sentir es modificar la manera de hablar. Para empezar el solo hecho de que el habla pueda ser oída no solo por otras personas sino por mí, facilita la identificación de aquello que quiero cambiar. Después pensemos que el habla es fácil de cambiar teniendo en cuenta la cantidad de modelos, ejemplos a los que nos exponemos constantemente: otras personas, libros, películas, conferencias… nos pueden ayudar a aumentar el vocabulario, a construir las frases de nuevas maneras, a aumentar o reducir la cantidad de adjetivos que usamos, a aprender a seguir un hilo argumental o a dejar de seguirlo.

En principio no hay una manera buena ni mala de pensar, como en casi todo, dependiendo de la situación una será más adecuada o nos llevará a finales más satisfactorios. En general siempre es mejor tener opciones: hay momentos en los que puede ser más conveniente ser sumamente sencillo y pragmático y otros en los que perderse por los vericuetos de detalles periféricos tenga más sentido. Si nos atenemos a una única manera de hablar no tendremos opción de elegir, con todo lo que esto pueda significar.

Muchas veces nos escudamos en frases (léase formas de hablar) como “es que yo hablo así”, “es que es mi manera de pensar” o “es sólo una manera de hablar”. Y sería interesante preguntarnos de dónde proviene esa forma de hablar/pensar que sentimos tan nuestra y con la que tanto nos identificamos como para poner resistencias al cambio. Porque no hemos nacido sabiendo hablar, ni lo haríamos igual si hubiéramos nacido en el año 127, porque eso tan “nuestro” no es sino la interiorización de unos paradigmas con los que, digámoslo así, nos encontramos al nacer, que hemos ido aprendiendo del entorno, del contexto social y cultural, por tanto, son más bien fruto del azar. De manera que, así visto, sería más “nuestra” una manera de hablar/pensar que fuéramos eligiendo y entrenando a sabiendas y con objetivos propios. 

Siempre tenemos la opción de elegir seguir haciendo las cosas como siempre y después, ampararnos en el “así son las cosas” como si fueran por ellas mismas. Y, como casi siempre, también hay otra opción.

Escrito por Isabel Ávila