El psicólogo que va al psicólogo
Hace ya algún tiempo una amiga, psicóloga ella, me dijo un buen día que estaba yendo al psicólogo. Yo le dije: “pero, tía, ¿en serio te hace falta? ¡Pero si tú eres una gran profesional!”, a lo que ella me respondió: “Intenta hacerte cosquillas a ti mismo. No puedes, ¿no? Pues lo mismo pasa con la terapia”. Acto seguido me quedé callado. Mi silencio vociferaba lo avergonzado que estaba. Mi amiga tenía razón y yo la había juzgado… Me sentí tan, pero que tan mal, que aquella tarde tuve que contárselo al mío.
Los psicólogos hemos pasado de ser vistos como unos charlatanes a ser considerados unos superhéroes. Antes nadie daba un duro por nosotros, nadie sabía a qué nos dedicábamos, para qué servíamos o cómo trabajábamos. Ahora, mucha gente acude a consulta demandando que le resolvamos todos sus problemas, esperan que digamos o hagamos algo milagroso que les devuelva o dé la felicidad ansiada.
Con esto no pretendo señalar a los clientes que demandan nuestra ayuda, y tampoco me quejaré, pues es un honor, de la confianza que muchos de ellos depositan en nosotros; es responsabilidad de las autoridades sanitarias (nos incluyo) informar y educar a la población, sin embargo, este giro de 180 grados no deja de ser un fenómeno curioso y digno de mencionar y reflexionar sobre él. Pero a lo que iba, no solo sigue existiendo una idea preconcebida y distorsionada de lo que supone una terapia psicológica, sino que los psicólogos estamos en el punto de mira y se espera de nosotros cosas que no están al alcance de un simple mortal.

Nada me haría más ilusión que en mi título pusiera “Hogwarts: colegio de magia y hechicería”, pero la triste realidad es que me gradué en la Universidad Autónoma de Madrid. No me disgustaría tampoco rasgarme la camisa a dos manos y que debajo apareciera un traje de licra que marcase un cuerpo apolíneo y echar a volar en vez de coger el metro hasta mi lugar de trabajo, pero la realidad es otra bien distinta. Desde luego, pueden esperar de nosotros grandes cosas, sin olvidar que somos seres humanos y que a veces, muchas veces, necesitamos hablar para que nos escuchen y no tanto escuchar para después hablar.
Los psicólogos tampoco somos modelo de nadie. Hay muchos estilos de vida, muchas formas de solucionar los problemas y escoger uno u otro depende de la persona. Sería un error imponer como terapeuta una forma de hacer las cosas a los clientes sin consultarles primero, por lo que también es descabellado que se nos exija cumplir con ciertos estándares.
Seríamos entonces los únicos trabajadores que tendríamos que guardar la compostura fuera de nuestro puesto de trabajo, simplemente por conservar una credibilidad que solo debe medirse por el servicio que ofrecemos y lo terapéuticos que somos dentro de sesión, no por lo que hacemos o dejamos de hacer en nuestra vida personal. Nuestra figura no es pública, no somos políticos o estrellas internacionales de trap, ofrecemos un servicio y es por eso por lo que se nos debe valorar, por la hora en sesión que pasamos contigo.

Dicho esto, alguien podría pensar: “pero, si un psicólogo necesita ayuda de otro, ¿cómo va a ser capaz de ayudar a otros?”. Estudiar y trabajar de psicólogo te cambia la forma con la que miras el mundo y enfrentas las cosas, garantiza una serie de competencias, eso es un hecho. Esto no implica que el psicólogo sepa resolver todos y cada uno los problemas que se le presentan (por eso derivamos), y menos si tiene una implicación emocional con quien sufre y, aún menos, si el que sufre es él/ella.
Es honesto, es humilde y es profesional admitir que uno tiene que seguir aprendiendo, y hay aprendizajes complejos que no se hacen en cualquier lado, ni en manos de cualquiera. La objetividad con la que se miran los problemas de los otros no es la misma ni de lejos que cuando uno los tiene cerca. Ir al psicólogo siendo psicólogo llega a ser incluso nutritivo, pues puede ayudar a ponerte aún más en la piel de la otra persona. No digo ni mucho menos, que para ser un buen psicólogo se deba necesariamente ir previamente a terapia, sin embargo, toda experiencia es enriquecedora para el psicólogo y puede ser útil en cualquier momento de su práctica clínica.
Si eres amiga, padre, vecino, compañera de piso, conocido, profesor, etc. no juzgues a tu psicólogo si va al psicólogo, no digas cosas como “pero, ¡cómo haces eso si eres psicólogo!”, más bien felicítale por poner una solución eficaz a su problema, por enfrentar las cosas de cara y ser valiente por intentar romper ese estigma que cae sobre nosotros. Hoy este post va dedicado a todos/todas los/las psicólogos/psicólogas que han requerido, requieren o requerirán la ayuda de algún compañero. Aquí estaré cuando lo necesitéis, al igual que habéis estado cuando yo lo he necesitado.
Escrito por Víctor Estal