El derecho a estar mal

por Nov 27, 2018Blog0 Comentarios

Desafortunadamente, todas las personas pasamos por malas épocas. Lo que esto implica es que el malestar que podemos llegar a experimentar es más intenso y  persiste mucho más de lo que nos gustaría. En esos momentos, entendiblemente, uno puede llegar a desesperarse y tener urgencia por dejar de sentirse así, pues hay ciertas emociones que pueden llegar a ser muy desagradables y además podemos llegar a preocuparnos por el impacto que estar mal puede llegar a generar en nuestro entorno (por ejemplo, no rendir adecuadamente en el trabajo o que nuestra pareja se canse de nosotros).

Sumado a esto, podemos incluso llegar a sentir que los motivos por los que estamos mal no son lo suficientemente graves o que “son los mismos de siempre” como para justificar por qué seguimos sintiéndonos de tal forma. Todo esto hace que al final pensemos que nos deberíamos sentir de otra manera, que somos infantiles o débiles, y podemos llegar a tener el miedo de que nuestro malestar se cronifique.

Estar mal por estar mal es un sentimiento muy común, pero si ya de por sí estar mal es cansado, estar mal por estar mal es agotador. Sentirse bien tiene indudables beneficios, por eso suele ser nuestro objetivo ulterior en la vida. Y nada más lejos de la realidad, el bienestar no solo es deseable sino que también es alcanzable.

Sin embargo, sentirnos bien a veces se hace esperar y perder los nervios y la paciencia no solo no ayuda a este objetivo, sino que lo entorpece. Es por esta razón por la que podríamos empezar por cambiar esta forma de enfocar lo que sentimos antes de poner en marcha cualquier cambio.

el derecho a estar mal

Estar mal es muy sencillo, experimentamos emociones desagradables cada día, el no permitirnos ni siquiera experimentarlas aunque sea en un primer momento genera otro problema añadido. Es por esta razón por la que sentirnos mal es un derecho, y como tal es conveniente ejercerlo. Nada ni nadie (incluyéndonos a nosotros mismos) puede juzgar cómo nos sentimos, si es lícito o no, o si está justificado o no, por el simple motivo de que no aporta ningún tipo de solución y porque no podemos cambiar las experiencias que ya hemos tenido y explican nuestra manera de sentir.

Sin embargo, esto no implica que nos crucemos de brazos, que miremos impasibles lo que nos sucede aunque hayamos conseguido no juzgarnos por aquello que sentimos. Si queremos sentirnos de otra manera, si queremos sentirnos bien y dejar de sufrir, tenemos que ejercer un cambio, y para eso tenemos que entender de qué dependen las emociones. Lo que sentimos es producto de lo que nos acontece, de cómo nos va en la vida, y también de lo que hacemos, de cómo actuamos y pensamos.

En este sentido, si queremos sentirnos de otra forma tenemos que cambiar nuestras condiciones de vida (por ejemplo, de trabajo o de pareja) y nuestra forma de comportarnos (por ejemplo, enfrentar diversas situaciones que tememos o pensar de una manera menos catastrofista). Teniendo esto en cuenta, ejercer cambios en nuestro entorno o en nosotros mismos lleva un tiempo, y esta es la clave que podemos resumir en dos puntos:

  • El malestar no es crónico: podemos llegar a tener control sobre nuestras emociones, por lo que el bienestar es un objetivo deseable y loable. En la medida en que entendamos de qué dependen las emociones y ejerzamos cambios, acabaremos sintiéndonos mejor. Si el malestar perdura, no debemos pensar que va ser así para siempre, sino que no estamos poniendo en marcha una solución eficaz o ninguna solución siquiera. Podemos haber intentado muchas cosas diferentes, pero esto no implica necesariamente que hayamos dado con una que ejerza un cambio real. No nacemos sabiendo y no tenemos que tener solución para todo, buscar ayuda para que nos guíen en estas circunstancias es una opción óptima.
  • El bienestar no es inmediato: a veces el bienestar se hace esperar y esto puede ser desmotivador, es por este motivo por el que el objetivo en un primer momento no es sentirse bien, ya que esta es una meta a largo plazo. Como decíamos, poner en marcha una solución eficaz no implica que se generen grandes cambios en un periodo corto de tiempo, eficaz significa que nos dotará de estrategias para que se solucione realmente y prevenir que vuelva a suceder. Es por esto por lo que debemos ponernos un chip más cortoplacista y establecer como objetivo la práctica del cambio que estamos llevando a cabo y, en todo caso, sentirnos menos mal (que no bien) durante esa puesta en marcha. La paciencia es la madre de la ciencia, y hay una gran diferencia a esperar de manera activa que de manera pasiva.

Escrito por Víctor Estal

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