Controlar el pensamiento

por Mar 27, 2019Blog0 Comentarios

En 1984 se estrenó una película que rápidamente adquirió una gran fama y dio lugar, posteriormente, a una saga de filmes: Karate Kid. Narraba el proceso de entrenamiento en técnicas de artes marciales de un muchacho, Daniel Larusso, para defenderse de los ataques de un grupo de chicos también entrenados en estas habilidades. El personaje del profesor, el señor Miyagi, pasó a la cultura popular por encarnar fielmente la idea del buen maestro, paciente pero firme.

El pensamiento, comportamiento aprendido

Sus instrucciones claras y sistemáticas guían progresivamente al joven Larusso al éxito en la ejecución de las técnicas. Karate Kid refleja fabulosamente el continuo de adquisición de un aprendizaje: la identificación de la falta de habilidad, el modelado por parte de alguien experto, la ejecución de las primeras aproximaciones, la práctica sistemática -incluyendo el control de la frustración derivada de no ser capaz de ejecutarlo bien las primeras veces-, la consolidación y generalización y, finalmente, el dominio de la técnica.

Si lo pensamos, es probable que identifiquemos muchos aprendizajes que hemos llevado a cabo a lo largo de nuestra vida de forma más o menos consciente: adquirir otro idioma, manejar un programa informático o conducir. Lo cierto es que el espectro de aspectos que aprendemos es tan amplio como -casi- todo lo que somos, pero recordamos más fácilmente aquellos en los que, digamos, nos lo hemos propuesto.

¿Qué sucede con los aspectos que solemos llamar “psicológicos”? La capacidad para pensar en una cosa u otra, las habilidades para manejar las emociones o las diversas maneras de relacionarnos con otras personas también constituyen aprendizajes, aunque en estos casos no solemos ser conscientes de cuándo o cómo los hemos adquirido. El origen de esta concepción abstracta e inaccesible de lo psíquico -puedo aprender un idioma, pero no sé cómo aprender a pensar– descansa en condicionantes históricos, sociales, filosóficos y políticos, y detenernos en ella excede con mucho el propósito de este texto -para ampliar al respecto es recomendable acudir a Marino Pérez Álvarez, Thomas Szasz o Piero Cipriano. Sin embargo, con una guía adecuada, las personas somos capaces de identificar las habilidades que poseemos o aquellas de las que carecemos pero desearíamos desarrollar y, tras un entrenamiento, aprender comportamientos tan aparentemente complejos como el autocontrol emocional. Esa guía, a menudo, es la intervención psicológica.

El pensamiento, comportamiento aprendido

Todas las personas, en ausencia de alguna problemática específica, pensamos. Pensar es para el ser humano algo tan espontáneo y poco costoso como puede ser correr para un gamo: una conducta seleccionada a lo largo de nuestra evolución como especie para ser La Conducta que nos define. No en vano Aristóteles definió al hombre como animal racional.

El pensamiento, como una producción verbal y/o visual encaminada a representarnos el mundo propio y necesaria en la comunicación con los demás, posee ciertos patrones que adquirimos a lo largo de nuestra vida. Existen personas que discurren de un modo más analítico y relacional; otras, en cambio, producen veloces torrentes de imágenes con una estructura narrativa. Con independencia de la forma que hayamos desarrollado, existe además un estilo en cuanto al tipo de información en el que nos centremos, algo en lo que participa también la atención. Podemos focalizarnos en los aspectos positivos, neutrales o negativos de una misma realidad.

Pero, ¿podemos aprender a pensar de otra forma? La respuesta es sí, en tanto que el pensamiento es un tipo de comportamiento que sabemos gobernado por las leyes de aprendizaje. No obstante, algunos cambios son mas complejos que otros y, en cualquier caso, subyace a ellos, como en el caso de Daniel Larusso, un esfuerzo consciente y continuado.

El control voluntario

En este punto sería muy natural que alguien se estuviera preguntando “muy bien, aunque pueda, ¿por qué querría cambiar mi pensamiento?”. Generalmente, la respuesta tiene que ver con el malestar. El hecho de que pensar sea un acto espontáneo y aparentemente fácil no significa que resulte deseable o útil en todas las situaciones. Podemos estar pensando de forma repetitiva e involuntaria sobre algo sin que ello nos lleve a ninguna solución o tal vez estemos distorsionando en algún grado la realidad que percibimos en nuestra forma de representárnosla.

Pensar no siempre es útil o positivo

En estos casos resulta esencial que nos detengamos a hacer las siguientes reflexiones: ¿pensar me está ayudando a resolver el problema? ¿Qué utilidad tiene para mí darle vueltas a este asunto? ¿Podría pensar de otra forma sobre ello? ¿Podría no pensarlo?

El tándem constituido por el criterio pragmático -tomar conciencia de la inutilidad de ciertos pensamientos- y el convencimiento de la posibilidad -sé que se puede dejar de pensar o pensar de otro modo- es la potente base de la motivación para el cambio, para adquirir control sobre el pensamiento: quiero dejar de pensar esto/ quiero dejar de pensar así.

Control del pensamiento

Dar cera, pulir cera

Tal vez uno de los problemas más comunes en el trabajo de modificación de los pensamientos tenga que ver con las creencias erróneas, como hemos comentado, acerca de su naturaleza, de si se puede o no operar con ellos. Esto conduce a una resistencia habitual vinculada al hecho de que controlar y transformar los propios pensamientos sea algo difícil, algo que requiere de un entrenamiento consciente y sistemático.

Es completamente natural que, a pesar de saber que se puede, disponer de las herramientas adecuadas y poseer una fuerte motivación, las primeras ocasiones experimentemos frustración al darnos cuenta de que el pensamiento intrusivo regresa o “pillemos” a nuestra propia mente volviendo a albergar ciertas ideas negativas. Es normal. Disciplinar la mente  es un trabajo muy duro, y la perseverancia es un factor de suma relevancia.

En el trabajo en sesión con este tipo de entrenamientos, además de vigilar la adecuada utilización de las técnicas específicas -por ejemplo, reestructuración o parada de pensamiento- el/la terapeuta hará explícita la importancia del esfuerzo continuado, haciéndonos ver los pequeños avances iniciales y, gradualmente, la aproximación al objetivo final. O, en palabras del señor Miyagi: “primero aprende a sostenerte, después a volar”.

Escrito por Aitana Segovia

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