ADICCIÓN: ¿Qué es y cómo detectarla? Parte II
En el post anterior explicamos qué entendemos los psicólogos por adicción, haciendo énfasis en los procesos de aprendizaje que explican y mantienen las conductas que llamamos adictivas. La idea fundamental es que la adicción, frente al consumo responsable, es una forma que tiene una persona de adaptarse a su contexto a corto plazo, pero siendo incompatible dicha forma de comportarse con beneficios a largo plazo. Así, beber grandes cantidades de alcohol cada fin de semana puede hacer que una persona se desinhiba y consiga hablar sin miedo con los demás, pero esto no hará que la ansiedad a la interacción desaparezca y no le enseñará las habilidades sociales que necesita para establecer lazos con los otros.
Por poner otro ejemplo en el que no medie una sustancia, alguien puede usar el móvil de manera abusiva como forma de entretenimiento, a priori es muy entretenido (es estimulante y los contenidos son personalizados), fácilmente accesible, requiere poco esfuerzo y puede servir como forma de evadirnos de la tarea que estamos haciendo (trabajar o estudiar) o de nuestros problemas, pero a largo plazo este uso abusivo no nos permitirá desarrollar un hábito que implique formas de entretenimiento menos sedentarias y más sociales, no ayudará a que acabemos un proyecto o aprobemos un examen o no nos dará herramientas para solucionar nuestros problemas.
Una vez entendido esto, ¿cómo se llega a desarrollar una adicción? ¿cuáles son los factores que favorecen su aparición? La realidad es que no hay individuos que, de nacimiento, sean más propensos a desarrollar un comportamiento adictivo. Sin embargo, a lo largo de la vida las personas tenemos diferentes experiencias y nos movemos por contextos diversos, por lo que nuestra historia de aprendizaje es distinta y esto sí hará más o menos probable que desarrollemos conductas adictivas. Entre estos factores de riesgo podemos encontrar:

- Ausencia de modelos sanos: las personas aprendemos por imitación, por tanto, tendemos a hacer lo que vemos en los otros pudiendo llegar a “copiar” los hábitos saludables (o no) de nuestros familiares, amigos, pareja…
- Dificultades para manejar las emociones: todos pasamos por malas rachas, si ciertas habilidades de regulación emocional no han sido enseñadas y aprendidas, podemos recurrir al consumo excesivo como forma exclusiva de abordar dicha situación emocional.
- Escasas habilidades de resolución de problemas: en numerosas ocasiones no sabemos qué pasos debemos dar para solventar un problema que nos ha surgido o no sabemos qué hacer ante un fracaso o algo que no ha salido como queríamos o esperábamos, el consumo reiterado puede convertirse en una vía de escape o un refugio en el que cobijarse.
- Déficits en habilidades sociales: ser aceptados por los demás y tener una buena imagen ante ellos es una necesidad que la inmensa mayoría tenemos, así, el temor al rechazo de los otros puede hacer que el consumo se convierta en nuestra forma de ganarnos su aprobación o que nos sea complicado decir “no” ante sus ofrecimientos y presiones para que consumamos.
- Baja tasa de actividades placenteras: para sentirnos bien, tenemos que hacer cosas que nos gusten pero muchas veces sucede que, o bien no están disponibles, o bien no sabemos cómo acceder a ellas, por lo que podríamos llegar a optar por recurrir de manera exclusiva y abusiva a algo si es más accesible y sí sabemos mejor cómo llegar a ello.
Ahora bien, ¿por qué este problema se mantiene? O dicho de otro modo, ¿por qué las personas persisten en comportarse de esa manera a pesar de las consecuencias indeseables que el consumo descontrolado conlleva? Tal y como comentamos en la primera parte de este post, las conductas adictivas se explican por las consecuencias agradables inmediatas que el consumo provoca. Para entender esto, y los psicólogos lo sabemos muy bien, debemos atender al momento temporal en que las consecuencias aparecen.
Las consecuencias que rigen el comportamiento humano son las inmediatas, las que aparecen justo después de emitir una conducta (en este caso, consumir algo): no poder pagar el alquiler es un hecho que sucede después de la satisfacción de tener en el armario grandes cantidades de ropa bonita o cancelar una cita y no haber disfrutado de la compañía de un buen amigo acontece después del placer que supone quedarse en casa masturbándose con pornografía de Internet.

Pero, si a casi todos nos gusta tener prendas bonitas, al igual que disfrutamos “dándonos amor a nosotros mismos”, ¿por qué entonces no todos desarrollan este tipo de conductas y algunos llevan a cabo un consumo responsable? Como ya se ha comentado, no todos tenemos las mismas experiencias, los mismos aprendizajes y, por tanto, las mismas habilidades. Una diferencia fundamental es la capacidad para demorar aquello que nos es agradable, los psicólogos lo llamamos autocontrol.
El autocontrol es una habilidad que se aprende igual que cualquier otra y es un concepto que engloba una serie de estrategias que son susceptibles de ser entrenadas. Así, una persona con habilidades de autocontrol puede ir de compras con un presupuesto prefijado para así evitar poder comprar todo lo que se le antoja, otra puede anticipar y traer al presente lo bien que se lo va a pasar con su amigo si sale de casa para así conseguir hacerlo. De esta manera, gran parte del tratamiento psicológico va dirigido al entrenamiento de dicha habilidad a través de la enseñanza de diversas estrategias (¡Estad atentos! Posiblemente hablaremos de algunas de estas estrategias en alguna entrada posterior).
En relación al tratamiento, no podemos dejar de resaltar que el objetivo del mismo no tiene por qué ser la abstinencia total. En primer lugar, porque eliminar algunos de esos comportamientos, (como el uso del móvil o Internet, hacer deporte o trabajar) sería contraproducente. En segundo lugar, debemos dejar elegir a la persona qué quiere para su vida, si la abstinencia o un consumo moderado/responsable. Esto muestra que el término “adicción” es un constructo, una línea divisoria casi arbitraria que usamos los profesionales para comunicarnos, pero la realidad es que nos movemos en un continuo.
Otro aspecto que debemos tener en cuenta es el estigma social asociado a este tipo de problemas. Circulan muchos mitos y, como tales, no son ciertos. Muchos hemos escuchado la típica frase de “un alcohólico lo es para toda la vida y, si sale, nunca más podrá beber alcohol”. Este tipo de ideas, sumado a las etiquetas que por desgracia usamos habitualmente – por ejemplo, cuando nos referimos a alguien como “alcohólico” o “ex-alcohólico”- no solo reducen al absurdo la identidad de una persona, sino que son incorrectas, pues si una persona ya no abusa y depende de algo no es “ex-adicto”, simplemente ahora dispone de hábitos más saludables que le benefician tanto a corto como a largo plazo.
Los profesionales sanitarios y, en concreto, los psicólogos, a pesar de tener los conocimientos y la tecnología necesaria para abordar estos problemas, por encima de todo somos abanderados de la idea “prevenir es mejor que curar”. Es responsabilidad del Estado y de las autoridades sanitarias de construir una sociedad que promueva y en la que sea sencillo adoptar hábitos de vida saludables. Las creación de leyes, la mejora de los sistemas educativos y sanitarios, los programas de prevención y las escuelas para padres son una de las muchas medidas que se podrían implementar para que este tipo de problemas no apareciesen.
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Publicado por Víctor Estal